RECORDATORIO DE LA ESTRUCTURA DE LA NOVELA:
Negros reunidos
Primera parte: Julio López ha desaparecido.
Como su novia tiene llave del piso, uno del taller podría ir a investigar allí, con mucho miedo, antes de que se denuncie la desaparición y la policía precinte el piso. Nuestro informático del grupo podría hacer una copia del disco duro del portátil del escrito a ver que descubre. Yo, como soy mujer de la limpieza removeré la biblioteca a ver si encuentro algún papel escondido en los libros.
Cada uno que elija lo que va a hacer.
En el taller decidimos seguir con la biografía, por si reaparece. Un ejemplar formal para el editor y un ejemplar con la historia verdadera para nuestro deleite.
Segunda parte: Julio López ha sido asesinado
Descubren su cuerpo en el fondo de un pozo, dos meses después de su desaparición. La autopsia desvela que recibió un mazazo en el cráneo y que le habían cortado la lengua, aunque este último no está muy claro dado el estado de descomposición avanzado del cuerpo.
En el grupo estamos asustados, ronda incluso el pánico. Solo Elisa suspira aliviada.
Unos quieren sin embargo seguir con el tema, la biografía está casi terminada y no se trata de tirar nuestro trabajo a la basura. Al contrario, Felipe propone ir a ver al editor, que ahora, más que nunca querrá editar la obra. Está vez nos tendrá que pagar, aduce. No sabemos cuál de las versiones le podrá interesar.
Un el grupo hay una persona que quiere borrar de su ordenador todo lo relacionado con Mario dela Bota González y Julio López. Cuando le explicamos que Google tiene registrado todo lo que hemos hecho esta persona quiere incluso echar su portátil a la estufa en su finca campestre. Para animarle comentamos que puede que su webcam le haya sacado también una foto. Total, va a ser difícil escapar si las cosas se ponen feas.
¡No me veo de coordinadora del grupo en la cárcel!
Analizamos los posibles porqués de su asesinato:
· Fueron unos ladrones, que al defenderse él, se le fueron la mano
· No pudo pagar unas deudas de juego.
· Estaba metido en trapicheos de droga. (Su novia asegura que no, pero el amor es ciego. Él nos había contado que varias veces tuvo que esnifar cocaína para acompañar a Dela Bota, gajes del oficio )
· Sabía demasiado de la vida de aquel hombre. A parte de un hijo ilegítimo, sospechaba que era un pedófilo que por eso viajaba a menudo a Tailandia, y luego todo lo que se os ocurra)
(Teo había elegido el papel de inspector. Habría que aclarar si es un inspector jubilado que pertenece al grupo de negros reunidos, y nos ayudará en nuestras pesquisas, o si es un inspector todavía en activo que investiga el caso)
Tercera parte: La policía nos investiga. Resolución del caso.
Desfilamos en comisaria. Nuestro taller se hace famoso, no por la biografía, sino por nuestras relaciones con el difunto. Según lo que se publicó en la prensa, Julio López tenía la gentileza de enseñarnos como realizar la bibliografía de un personaje importante. Es lo que hemos explicado a la policía. El editor ha sacado al mercado dos mil ejemplares de Mi lucha, la biografía de Mario De la Bota González. La versión light, por supuesto. Fue muy elogiada. Qué pena que falleció don Julio López, se lamentaba un cronista de Hola, muchos personajes ilustres habrían recurrido a su talento. Se apuntan nuevos miembros al taller, pero el máximo es de doce personas, los demás se tendrán que apuntar a la lista de espera.
Con el dinero que se nos han pagado, que ha sido poco y sin factura por supuesto, nos iremos a comer a nuestro restaurante favorito El de nuestra amiga Sonia, la chinita. Esta vez nos preparará un menú especial.
SEGUNDA PARTE
PAUTAS SEGUNDA PARTE
—La segunda parte comienza con el descubrimiento del cadáver de Julián López. La fecha de la muerte, la localización y los detalles habrá que acordarlos ahora.
—Cada personaje-narrador debe responder a las siguientes preguntas:
a) ¿Quién SOSPECHA que es el asesino?
b) ¿Cuál CREE que es el motivo del crimen?
c) ¿En qué fundamenta su sospecha?
d) ¿Tiene alguna hipótesis o teoría?
e) ¿Hay algún indicio, prueba o pista?
—Cada autor entregará una breve SINOPSIS de su capítulo (Yo estoy entregando la mía adjunta en este correo) para ayudar a los demás en la construcción de la historia y anticipar, en lo posible, contradicciones y repeticiones evitables.
—Habrá cuatro ENTREGAS (Las fechas las determinará la persona correspondiente)
1. Breve Sinopsis del segundo Capítulo. (¿fecha?)
2. Entrega del
PRIMER BORRADOR (¿fecha?)3. Entrega de las correcciones y cambios (¿fecha?)
4. Entrega del
SEGUNDO BORRADOR (¿fecha?)
SINOPSIS DE LOS CAPÍTULOS
Sinopsis- Elisa Cueto 2º Capítulo.
(Ana) / 05.02.21
1. Elisa escucha en el noticiario de TV (determinar fecha exacta) la aparición de un cadáver en la sierra de Madrid que corresponde con Julián López (determinar localización y circunstancias). La información de los detalles los puede dar otro personaje.
2. Camila, la novia de J.L. , está muy afectada y se muda a casa de su madre. Días después decide irse por una temporada a México, con una tía, huyendo del escándalo que se ha generado en los medios y el acoso de los periodistas. Este punto es importante para que sepáis que Camila no va a estar presente físicamente durante la segunda parte de la novela.
3. Elisa sospecha que el asesinato de Julián tiene que ver con la escritura de la biografía del Único. Recuerda las palabras que oyó accidentalmente en la fiesta de Marbella entre el editor Daniel Burgos y J.L. sobre un secreto que no debe saberse ni publicarse. (CLAVE, ver cap.1 Primera parte Elisa Cueto, 10/01/21).
4. Patricia, la hija menor de Elisa, aprovecha que su hermana no está en España para mudarse con su nuevo novio, Luis, al piso en Sanchinarro donde vivía Camila con su compañera Nati. Este personaje, Luis, es el mismo que Camila le presenta a su hermana durante la fiesta de Marbella. “Ven, Patricia, te voy a presentar a dos amigos, Carmen (se puede cambiar el nombre a Blanca) y Luis. Son un encanto, ya verás.” Luis Noriega es abogado, amigo cercano de Julián López y posiblemente también del El Único (estaba invitado a la fiesta en casa del banquero). Pienso que puede dar algún juego en la trama. Lo podeís usar como “comodín” si os interesa.
5. Mientras tanto, Elisa se reune con sus compañeros de Escribas Reunidos (¿fecha y localización?) para comentar la situación. No saben si seguir o no con el proyecto. Algunos desisten. Finalmente deciden ponerse en contacto con el editor Daniel Burgos. (No sé si ya habían estado en contacto antes o no.) Quizás aquí se puede aclarar lo de la propuesta para escribir la “otra versión” de la autobiografía del banquero.
6. Elisa retoma la escritura de la autobiografía. Como su compañera Carmen ha abandonado el proyecto, ella continua con la parte de la biografía que correspondía al primer matrimonio del Único, y descubre que Mercedes, la primera mujer del banquero, murió en extrañas circunstancias. Entonces Elisa sospecha que el banquero la asesinó para casarse con la segunda mujer. ¿Podría ser acaso éste el gran secreto que no quieren que se sepa?
Sinopsis- Fernando 2º Capítulo.
No siempre los deseos se cumplen. Así le pasó a Fernando, aquella mañana de domingo que se prometía limpia y placentera. No hubo rincón por donde pasó que no le recordara a Julián López; y una fuerza superior le invitaba a no perder el tiempo. La llamada de Escarlata hizo realidad su impaciencia. Los acontecimientos se precipitaron y no había tregua ni tiempo para coordinar con el grupo de N.R. Fernando pasa la noche planificando la intervención. Al día siguiente llamó al Taxista que ya conocía. El conductor llaga puntual y, además, viene acompañado de un amigo, expolicía, jubilado. Éste le entrega a Fernando unas fotos de los posibles secuestradores de J.L. Al estudiarlas confirman donde puede estar escondido, y tal vez ya cadáver, J.L. Se acercan al lugar y comprueban sus presentimientos, pero un grave accidente impide que la policía pueda detener a los ocupantes del coche donde han visto a J. L.
Sinopsis- Felipe- 2º Capítulo.
11-02-2021
1.— Primer taller después de la Navidad (enero 2019). Elisa comunica a los miembros asistentes al taller de novela que Julián López ha sido hallado muerto.
2.— Felipe sospecha que Elisa no es trigo limpio.
3.— De todas las notas, grabaciones y demás informaciones que Julián López obtiene de Gonzalo Martín García solo le interesa su paso por el seminario de santa Catalina.
4.— Melgarejo, a finales de enero (2019), visita el taller de novela para conocer a los miembros del taller.
5.— Felipe, en una escena que se desarrolla en el bar de Sonia “la chinita”, habla con Pepe, otro miembro del taller de novela, que no está involucrado en la biografía de GMG.
NOTA: Creo que es más verosímil que en el taller de novela haya también participantes que no están implicados en escribir la biografía de GMG. De este modo se salvan algunas escenas de la novela que podrían caer en contradicción. No obstante, me adapto sin problemas a la decisión de la mayoría. (fin de la nota).
6.— Felipe viaja a Ferrol…
7.— (12-03-2019) Comenta cosas del taller de novela y de sus participantes…
8.— (26-03-2019) Idem anterior.
9.— Felipe recuerda su paso por Galicia y elabora notas para realizar su parte de la biografía centrándose en la etapa de seminarista de GMG.
10.— Días previos a la Semana Santa, los participantes del taller de novela comen en el bar de Sonia “la chinita” para despedir el 2º trimestre y, Felipe, intuye que, Elisa, además de brindar por todos, lo hace por otros “sucesos”.
Sinopsis- Melgajero- 2º Capítulo.
1. Se entera (aún no sé cómo ni con qué detalles), de la muerte de JL, que la autopsia confirma como asesinato.
2. Comunicación con el Único. Bronca e instrucciones de éste.
3. Melgarejo se pasa por el tanatorio de (¿San Isidro?) y se encuentra con Elisa Cueto y su hija Camila, ambas muy afectadas. Mantienen una breve conversación.
4. Comienza una investigación oficial (ajuste de cuentas por algún motivo: deudas, venganza, secretos que sabía…) Se supone que se entrevista con el editor, DB.
5. Y una extraoficial que le sirve para presionar a Elisa Cueto, pretendiendo que ésta favorezca su aproximación a su hija Camila, de la que se ha encaprichado.
6. Interrogatorio a Elisa Cueto. Se entera de que Camila se ha ido a México, estando el caso en investigación. Amenaza con ir al juez para pedir una orden de busca y captura.
7. Reunión con el resto de los NNRR en la sala de actividades de la Biblioteca Elena Fortún. Melgarejo intentará hacerse una idea de quién es quién en el grupo. No cree que ellos hayan tenido que ver con la muerte de JL, pero pueden haber descubierto algo que le confirme alguna pista de las que sigue. Al final se tomarán una cerveza en la chinita.
Sinopsis-
Faustino- 2º Capítulo. (18 febrero 2021)1 que prosigue el asunto del portátil. Las cosas no salieron como se esperaba y llaman a capítulo a F.
2 Aparece Tym con su equipo.
3 F. se retrasa en la devolución a Monique del dispositivo.
4 El miércoles 9 de enero, primer día lectivo del año, Monique y Elisa informan al grupo de la desaparición de JL Todavía durante la comida se discute acaloradamente sobre la situación.
5 En la reunión del miércoles siguiente, 16 de enero, F. en su función de director del proyecto (ver Ana, Estructura de la primera parte ) pide a los escribas informen de la situación de la biografía de GMG pues llevan trabajando en ello desde octubre. Además estaba previsto que el día 9, JL vendría a recoger el material elaborado. (Mon. cap 1)
6 Mientras trabaja en ello, se conoce el hallazgo del cadáver de JL. F. no puede asistir a la reunión extraordinaria convocada por Mon. (tiene ese mismo día reunión con Tym y su equipo) pero si lo hará a la reunión ordinaria del miércoles 30 de Enero.
7 Como el material recopilado por los escribas, en su mayor parte, F. lo considera insatisfactorio, decide investigar por su cuenta. Lo hace sobre los antepasados de GMG, tema que nadie había tocado.
8 Descubre algo vergonzoso que se ha mantenido y se intenta mantener en la sombra.
Si las sospechas se confirman, entonces la vida de DG también estaría en peligro y quien sabe si la de alguien más.
ir a capítulo 2- Faustino
ESCALETA SEGUNDA PARTE
2ª PARTE: SINOPSIS. POR DESARROLLO DE LOS ACONTECIMIENTOS CADA ESCRITO HA SIDO TROCEADO EN TRES PARTES Y SE HAN DISTRIBUIDO EN CUENTA CUATRO HITOS
HITO NUMERO 1: DESAPARECE JULIAN LOPEZ
SEVERIANO-1 (PÁGS. 1 A 6)
Severiano vuelve a casa con la cinta del Escriba huido. Diseña un plan para confirmar realmente si Julián López ha desaparecido (también establece también una serie de medidas de autoprotección). Ninguna de las dos son efectivas.
Escribe sobre un borrador “bueno” de la carrera profesional de “El Único”. Pero “la mosca tras la oreja” le lleva a analizar las dos cintas en su poder. Conclusión: “El Único” no es el mismo en las dos grabaciones.
FERNANDO-1 (págs. 1 a 10)
Mañana 20 enero: Paseando por El Capricho con su compañera, no hubo rincón por donde pasó que no le recordara a Julián López. La llamada de Escarlata hizo realidad su impaciencia.
Por la noche Escarlata cuenta a Fernando lo que le ha referido la señora de la limpieza de la Biblioteca sobre un mesón de Aravaca donde venía trabajando hasta hace poco.
Los acontecimientos se precipitaron y no había tregua ni tiempo para coordinar con el grupo de N.R. Fernando pasa la noche planificando la intervención.
SEVERIANO-2 (PÁGS. 7 A 10 )
Reunión en la Biblioteca. Se comunica que Julián ha desaparecido. Discrepancias sobre qué hacer. “Hagan las dos biografías: la buena y la mala. Entregaremos la primera, la oficial y guarden bajo llave la otra”. Fue lo último que escucha Severiano (¿?) ELISA en su sinopsis (punto 5) y Alejandro (punto 1) ya comenta una reunión de este tipo.
En una especie de semi confinamiento, Severiano va perfilando paralelamente las dos biografías. Consumo alarmante diario de alcohol.
FERNANDO-2 (págs.. 10 a 14)
Al día siguiente llamó (21 de enero) al Taxista que ya conocía. El conductor viene acompañado de un amigo, expolicía, jubilado. Éste le entrega a Fernando unas fotos de los posibles secuestradores de J.L. Al estudiarlas confirman donde puede estar escondido.
“-No se mueva por favor y mantenga la calma, voy a seguirlos.”
HITO NUMERO 2 : HALLAN MUERTO A JULIAN LOPEZ
FERNANDO-3 (págs. 14 a 16)
Se acercan al lugar y comprueban sus presentimientos, pero un grave accidente impide que la policía pueda detener a parte de los ocupantes del coche donde han visto a J. L. Daniel Burgos queda malherido en la calzada.
El expolicia sigue al resto de la banda y ve cómo en el campo se deshacen del cuerpo de J.L.
MELGAREJO-1 (págs. 1 a 5)
Se entera de la muerte de JL, que la autopsia confirma como asesinato.
Comunicación con el Único. Bronca e instrucciones de éste.
Melgarejo se pasa por el tanatorio de San Isidro y se encuentra con Daniel Burgos, el editor. También, a Elisa Cueto y su hija Camila, ambas muy afectadas. Mantienen una breve conversación.
ELISA-1 (págs. 1 a 8)
El martes Elisa trata de hablar con su hija, muy alterada, sin conseguirlo.
El jueves por la mañana escucha en el noticiario de TV la aparición de un cadáver en la sierra de Madrid.
Por la tarde camino del Anatómico forense (ella, Camila, patricia y Luis) comenta cosas sobre Patricia y su nuevo novio, Luis Noriega, amigo del finado. Y del “raro” comportamiento de Camila un día antes de la aparición del cuerpo de J.L.
Un día después, los cuatro se acercan al Tanatorio. Breves diálogos entre Elisa y Daniel Burgos, y , posteriormente, entre Melgarejo, Camila y Elisa
FELIPE-1 (págs. 1 a 2)
Primer taller después de la Navidad (enero 2019). Elisa comunica que Julián López ha sido hallado muerto.
Felipe sospecha que Elisa no es trigo limpio.
De todas las notas, grabaciones y demás informaciones que Julián López obtiene de Gonzalo Martín García solo le interesa su paso por el seminario de santa Catalina.
Melgarejo, a finales de enero (2019), visita el taller de novela para conocer a los miembros del taller. Investiga la muerte de J.L.
Dudas sobre lo que estaba haciendo. Reproches de Monique y conversación con Pepé en el bar de Sonia “la chinita”.
HITO NUMERO 3 : CUITAS DE LOS ESCRIBAS , MIENTRAS MELGAREJO
ELISA-2 (págs. 8 a 9)
Días después de la muerte de J.L. , Elisa se reune con sus compañeros de Escribas Reunidos para comentar la situación. No saben si seguir o no con el proyecto.
Daniel Burgos, el editor, nos había dicho la última vez, que nos recompensaría generosamente por nuestro trabajo. Estaba seguro de que la nueva versión sería un gran éxito de ventas. Nos sugirió algunos cambios importantes. A partir de ahora debíamos sustituir el narrador en primera persona por un narrador en tercera persona pues ya no se trataba de una “autobiografía”. Además, teníamos plena libertad para escribir todo lo que habíamos descubierto durante nuestra investigación.
Algunos quieren seguir. Otros, desisten, como Adventía que entrega toda su documentación (etapa familiar) a Elisa, que consiste, básicamente, en tres cintas, unos esquemas y un borrador del manuscrito.
FELIPE-2 (págs. 2 a 4)
Felipe viaja a Ferrol una semana e indaga sobre la vida de GMG en el seminario a través de varias personas. Se plantea la posibilidad de que sufriera abuso sexual.
MELGAREJO-2 (págs. 5 a 8)
Comienza una investigación oficial: el SIN y con el Editor, Daniel burgos al que acorrala en la conversación.
Y una extraoficial que le sirve para presionar a Elisa Cueto, pretendiendo que ésta favorezca su aproximación a su hija Camila, de la que se ha encaprichado. A cambio, olvidará la posible relación (amorosa, profesional?) entre ella y el editor Daniel Burgos.
FELIPE-3 (págs. 5 a 8)
Taller 12-03-2019 Comenta cosas del taller de novela y de sus participante (Escarlata, Severiano, Elisa)
Taller 26-03-2019) Idem anterior (Monique, Adventia, Fernando.
2 abril .Felipe recuerda su paso por Galicia y elabora notas para realizar su parte de la biografía centrándose en la etapa de seminarista de GMG.
Días previos a la Semana Santa, los participantes del taller de novela comen en el bar de Sonia “la chinita” para despedir el 2º trimestre y, Felipe, intuye que, Elisa, además de brindar por todos, lo hace por otros “sucesos”.
HITO NUMERO 4: INVESTIGACION SOBRE LA MUERTE DE JULIAN LOPEZ
ELISA-3 (págs. 9 a 13)
Elisa va analizando cinta por cinta. Descubre que Mercedes, la primera mujer del banquero, murió en extrañas circunstancias., después de hablar con su amiga Loli.
En la tercera cinta (2004-2008) Elisa se cuestiona si el banquero se volvió a casar o sólo se unió con Estrella Casares, si el hijo qué tuvo, Cristobal es de una unión anterior o es del Único. Todo esto proveniente de una nueva conversación con su amiga de Loli.
Entonces Elisa sospecha que el banquero la asesinó para casarse con la segunda mujer.
Y ya en un duermevela, Elisa ecuerda las palabras que oyó accidentalmente en la fiesta de Marbella entre el editor Daniel Burgos y J.L. sobre un secreto que no debe saberse ni publicarse.
SEVERIANO-3 (PÁGS. 11 A 21 )
Tv anuncia la aparición del cuerpo de Julián y, posteriormente, que se trata de una muerte violenta.
Severiano tiene la idea de convertirse en detective. Investiga quien puede ser el asesino. Releé varios de sus capítulos (documentación verdadera) pero se cansa ya que piensa que esto no le llevará a ningún sitio.
Analiza de nuevo las cintas. Ahora el contenido. Después de escucharlas muchas veces, empieza a encontrar diferencias significativas en una de las frases de cada cinta. Entre cavilaciones y alcohol, llega a la conclusión de qué la fue el entorno familiar quién mató a Julián López.
MELGAREJO-3 (págs. 9 a 12)
Reunión con los Escribas en la Biblioteca Elena Fortún. Melgarejo intentará hacerse una idea de quién es quién en el grupo. No cree que ellos hayan tenido que ver con la muerte de JL, pero pueden haber descubierto algo que le confirme alguna pista de las que sigue.
Al final se tomarán una cerveza en la chinita.
2ª PARTE: SINOPSIS. POR AUTORES CON DIVISION DE SU ESCRITOS (INICIALMENTE TRES POR AUTOR)
SEVERIANO-1 (PÁGS. 1 A 6)
Severiano vuelve a casa con la cinta del Escriba huido. Diseña un plan para confirmar realmente si Julián López ha desaparecido (también establece también una serie de medidas de autoprotección). Ninguna de las dos son efectivas.
Escribe sobre un borrador “bueno” de la carrera profesional de “El Único”. Pero “la mosca tras la oreja” le lleva a analizar las dos cintas en su poder. Conclusión: “El Único” no es el mismo en las dos grabaciones.
SEVERIANO-2 (PÁGS. 7 A 10 )
Reunión en la Biblioteca. Se comunica que Julián ha desaparecido. Discrepancias sobre qué hacer. “Hagan las dos biografías: la buena y la mala. Entregaremos la primera, la oficial y guarden bajo llave la otra”. Fue lo último que escucha Severiano (¿?) ELISA en su sinopsis (punto 5) y Alejandro (punto 1) ya comenta una reunión de este tipo.
En una especie de semi confinamiento, Severiano va perfilando paralelamente las dos biografías. Consumo alarmante diario de alcohol.
SEVERIANO-3 (PÁGS. 11 A 21 )
Tv anuncia la aparición del cuerpo de Julián y, posteriormente, que se trata de una muerte violenta.
Severiano tiene la idea de convertirse en detective. Investiga quien puede ser el asesino. Releé varios de sus capítulos (documentación verdadera) pero se cansa ya que piensa que esto no le llevará a ningún sitio.
Analiza de nuevo las cintas. Ahora el contenido. Después de escucharlas muchas veces, empieza a encontrar diferencias significativas en una de las frases de cada cinta. Entre cavilaciones y alcohol, llega a la conclusión de qué la fue el entorno familiar quién mató a Julián López.
FERNANDO-1 (págs. 1 a 10)
Mañana 20 enero: Paseando por El Capricho con su compañera, no hubo rincón por donde pasó que no le recordara a Julián López. La llamada de Escarlata hizo realidad su impaciencia.
Por la noche Escarlata cuenta a Fernando lo que le ha referido la señora de la limpieza de la Biblioteca sobre un meson de çaravaca donde venía trabajando hasta hace poco.
Los acontecimientos se precipitaron y no había tregua ni tiempo para coordinar con el grupo de N.R. Fernando pasa la noche planificando la intervención.
FERNANDO-2 (págs.. 10 a 14)
Al día siguiente llamó (21 de enero) al Taxista que ya conocía. El conductor viene acompañado de un amigo, expolicía, jubilado. Éste le entrega a Fernando unas fotos de los posibles secuestradores de J.L. Al estudiarlas confirman donde puede estar escondido.
“-No se mueva por favor y mantenga la calma, voy a seguirlos.”
FERNANDO-3 (págs. 14 a 16)
Se acercan al lugar y comprueban sus presentimientos, pero un grave accidente impide que la policía pueda detener a parte de los ocupantes del coche donde han visto a J. L. Daniel Burgos queda malherido en la calzada
El expolicia sigue al resto de la banda y ve cómo en el campo se deshacen del cuerpo de J.L.
ELISA-1 (págs. 1 a 8)
EL martes Elisa trata de hablar con su hija, muy alterada, sin conseguirlo.
El jueves por la mañana escucha en el noticiario de TV la aparición de un cadáver en la sierra de Madrid.
Por la tarde camino del Anatómico forense (ella, Camila, patricia y Luis) comenta cosas sobre Patricia y su nuevo novio, Luis Noriega, amigo del finado. Y del “raro” comportamiento de Camila un día antes de la aparición del cuerpo de J.L.
Un día después, los cuatro se acercan al Tanatorio. Breves diálogos entre Elisa y Daniel Burgos, y , posteriormente, entre Melgarejo, Camila y Elisa
ELISA-2 (págs. 8 a 9)
Días después de la muerte de J.L. , Elisa se reune con sus compañeros de Escribas Reunidos para comentar la situación. No saben si seguir o no con el proyecto.
Daniel Burgos, el editor, nos había dicho la última vez, que nos recompensaría generosamente por nuestro trabajo. Estaba seguro de que la nueva versión sería un gran éxito de ventas. Nos sugirió algunos cambios importantes. A partir de ahora debíamos sustituir el narrador en primera persona por un narrador en tercera persona pues ya no se trataba de una “autobiografía”. Además, teníamos plena libertad para escribir todo lo que habíamos descubierto durante nuestra investigación.
Algunos quieren seguir. Otros, desisten, como Adventía que entrega toda su documentación (etapa familiar) a Elisa, que consiste, básicamente, en tres cintas, unos esquemas y un borrador del manuscrito.
ELISA-3 (págs. 9 a 13)
Elisa va analizando cinta por cinta. Descubre que Mercedes, la primera mujer del banquero, murió en extrañas circunstancias., después de hablar con su amiga Loli.
En la tercera cinta (2004-2008) Elisa se cuestiona si el banquero se volvió a casar o sólo se unió con Estrella Casares, si el hijo qué tuvo, Cristobal es de una unión anterior o es del Único. Todo esto proveniente de una nueva conversación con su amiga de Loli.
Entonces Elisa sospecha que el banquero la asesinó para casarse con la segunda mujer.
Y ya en un duermevela, Elisa ecuerda las palabras que oyó accidentalmente en la fiesta de Marbella entre el editor Daniel Burgos y J.L. sobre un secreto que no debe saberse ni publicarse.
FELIPE-1 (págs. 1 a 2)
Primer taller después de la Navidad (enero 2019). Elisa comunica que Julián López ha sido hallado muerto.
Felipe sospecha que Elisa no es trigo limpio.
De todas las notas, grabaciones y demás informaciones que Julián López obtiene de Gonzalo Martín García solo le interesa su paso por el seminario de santa Catalina.
Melgarejo, a finales de enero (2019), visita el taller de novela para conocer a los miembros del taller. Investiga la muerte de J.L.
Dudas sobre lo que estaba haciendo. Reproches de Monique y conversación con Pepé en el bar de Sonia “la chinita”.
FELIPE-2 (págs. 2 a 4)
Felipe viaja a Ferrol una semana e indaga sobre la vida de GMG en el seminario a través de varias personas. Se plantea la posibilidad de que sufriera abuso sexual.
FELIPE-3 (págs. 5 a 8)
Taller 12-03-2019 Comenta cosas del taller de novela y de sus participante (Escarlata, Severiano, Elisa)
Taller 26-03-2019) Idem anterior (Monique, Adventia, Fernando.
2 abril .Felipe recuerda su paso por Galicia y elabora notas para realizar su parte de la biografía centrándose en la etapa de seminarista de GMG.
Días previos a la Semana Santa, los participantes del taller de novela comen en el bar de Sonia “la chinita” para despedir el 2º trimestre y, Felipe, intuye que, Elisa, además de brindar por todos, lo hace por otros “sucesos”.
MELGAREJO-1 (págs. 1 a 5)
Se entera de la muerte de JL, que la autopsia confirma como asesinato.
Comunicación con el Único. Bronca e instrucciones de éste.
Melgarejo se pasa por el tanatorio de San Isidro y se encuentra con Daniel Burgos, el editor. También, a Elisa Cueto y su hija Camila, ambas muy afectadas. Mantienen una breve conversación.
MELGAREJO-2 (págs. 5 a 8)
Comienza una investigación oficial: el SIN y con el Editor, Daniel burgos al que acorrala en la conversación.
Y una extraoficial que le sirve para presionar a Elisa Cueto, pretendiendo que ésta favorezca su aproximación a su hija Camila, de la que se ha encaprichado. A cambio, olvidará la posible relación (amorosa, profesional?) entre ella y el editor Daniel Burgos.
MELGAREJO-3 (págs. 9 a 12)
Reunión con los Escribas en la Biblioteca Elena Fortún. Melgarejo intentará hacerse una idea de quién es quién en el grupo. No cree que ellos hayan tenido que ver con la muerte de JL, pero pueden haber descubierto algo que le confirme alguna pista de las que sigue.
Al final se tomarán una cerveza en la chinita.
Se entera de que Camila se ha ido a México, estando el caso en investigación. Amenaza con ir al juez para pedir una orden de busca y captura, si no regresa en una semana.
Siguiendo el rastro de Julián López
Era domingo día 20 de enero de 2019. Había decidido cerrar todas las carpetas y oxigenar los pulmones, por unas horas, en escenarios carentes de incógnitas, de incertidumbres, de falsas verdades, en definitiva, no quería pensar y sí curar, sin olvidar, el peso de mi amigo Julián. Le propuse a Margarita ir a pasear al Parque del Capricho, en la Alameda de Osuna. No conocía este lugar y me habían hablado de un paraje excelente para encontrar la paz.
- ¡Que sorpresa querido! ¿De verdad que sólo tendrás ojos, olfato y oídos para llenarte de la naturaleza que allí se respira?
-Desde luego, ¿Piensas que no seré capaz?
Margarita me miró fijamente y, sin contestar, nos fundimos en un abrazo que comprendí ser más real que lo que pudiera ocurrir en el parque.
Eran las 11 de la mañana con un cielo azul intenso. Al llegar al parque desconocí el silencio del lugar, que muy pronto fue callado por el ruido de los torniquetes que enumeraban a los visitantes mientras los vigilantes informaban:
-Si llevan ustedes comida o bebidas deben dejarlas en este espacio. Señalando un rincón en la puerta de entrada.
Mi novia mostró su bolso abierto. Yo pasé confundido, e inmediatamente Margarita me agarro del brazo y me dijo al oído:
-Eres libre, todo el espacio para ti.
Nos adentramos por el paseo central. Los árboles centenarios, y toda la flora cuidada con manos expertas merecían que les prestara toda mi atención. A unos doscientos metros a la derecha, una pradera lucía un césped fresco. En medio se alzaban dos grandes columnas de mármol con una separación de cuarenta pasos; en cada una de ella se asienta un busto que se dan la espalda. Según el folleto informativo, era el lugar de los duelos de otros tiempos. Sin embargo, yo los presentía cercanos. Vi a Julián López atrapado entre las dos columnas cargando con un montón de folios que se le escapaban de las manos al verse rodeado por las miradas furtivas de Daniel Burgos, de Gonzalo Martín García, de hombres trajeados y de aquella señorita con minifalda que observé al entrar en el mesón de Aravaca.
-Cariño, ¿qué te parece si seguimos caminando?
-Claro, me había distraído, este lugar me parece un poco tétrico. ¿Crees que debajo de este mullido césped, podría haber un lugar donde esconderse?
Margarita se rio a carcajadas, y añadió:
-No lo sé, pero si continuamos el paseo, te prometo que llegaremos a un lugar donde podrás satisfacer tú curiosidad.
Cruzamos un pequeño puente. En sus entrañas guardaba variedad de arbusto que crecían enredados en el seno de un pequeño arroyo. Me incliné sobre el borde metálico del puente y alargué los abrazos en vertical con el ímpetu de poder desentrañar toda la maraña, que no daba claridad al mísero caudal de agua. Sin poderme contener exclame: “es la misma maraña que envuelve al Grupo de Negros Reunidos” Suerte que al instante Margarita me llamó.
-Fernando, ven, mira, aquí tenemos un laberinto enorme, seguro que te va a gustar.
Efectivamente me fascinó ese rincón; tantas calles, caminos cortados por bloques de parterres y con diferentes formas geométricas. Era el lugar ideal para perderse y tal vez encontrar a nuestro amigo J.L. e incluso sus secretos.
-Sí, cariño, bajemos, será divertido.
-Creo que hemos pasado ya la infancia, mira ese cartel.
-No me lo puedo creer “PROHIBIDA LA ENTRADA”
Los dos seguimos contemplando el laberinto y se me antojaba poder disfrutar del juego de emociones; miradas, gritos a medio tono por las esquinas, insinuaciones y cómplices corridas.
A nuestra espalda quedaba el palacio de la Duquesa de Osuna. Otro cartel sostenido por enormes cadenas a la entrada principal rezaba: cerrado por obras. Las cadenas me dieron pavor. ¿Tanto pesaban aquellas frases? Esperé la respuesta entre los eslabones del acero y no la obtuve. Alcé la vista y vi a margarita aproximarse a una fila de gente.
- ¿Ahora tenemos que hacer fila?
-No será necesario, a no ser, que quieras descubrir los secretos que encierra este bunker.
-Margarita, me preocupas, ¿por qué quieres que entremos en un bunker? Con tanta gente no creo que haya secretos posibles.
Entre risas nos abrazamos. Hubiera preferido seguir enlazados para evitar las emociones que se fijaban en mi mente. Próximos a la puerta del bunker, pude leer: REFUGIO. Rechacé la idea de entrar:
-Margarita, por favor, ya conocemos la historia del Alto Mando Republicano que, durante la Guerra civil, se escondía aquí para evitar los bombardeos etc.
-Claro, pero nunca hemos entrado dentro –y acercándose a mi oreja me dijo --tal vez te pueda dar ideas de dónde encontrar a tu amigo.
Las emociones aumentaron y mi cerebro se empeñó en encerrarlas de tal forma que no pude responder. Ya dentro del bunker, las informaciones de la guía las escuchaba muy lejanas y de nuevo se me agolparon las imágenes de Julián rodeado de sombras como las de aquel lugar. Aguanté hasta el final por no levantar sospechas. Busqué la mano de Margarita porque presentía un temblor acelerado en las piernas.
- ¿Qué te pasa? Tienes las manos muy frías.
-Es por mi amigo, pero tranquila puedo aguantar.
Terminada la visita corrí a un rincón de los muros del palacio. Menos mal que no devolví. Hubiera sido ridículo. Pedí perdón a Margarita y le rogué que siguiéramos caminando.
-Respira tranquilo. Mira la naturaleza a tu alrededor en estado puro. Aquí no tienes nada que temer. Pronto daréis con el paradero de vuestro amigo y se terminarán todas las pesadillas.
Así llegamos al templo de Baco.
-Sentémonos un poco y sí quieres me cuentas lo que te ha ocurrido.
-Sí, no estaría mal.
En el centro, rodeado por doce columnas de orden jónico, se encuentra en su pedestal la figura del dios del vino con un racimo de uvas. Hubiera querido cambiar mi oscuridad por su figura embriagada. Nos sentamos en uno de los poyetes de piedra. Conté a Margarita como me sentía sin quererla implicar en el compromiso que voluntariamente yo había aceptado. En ese momento sonó el teléfono, al comprobar el número de Escarlata, un ansia retenida me impulsó a no contestar, pero mi novia me aconsejó:
-Creo que es mejor que contestes, si ha ocurrido algo, nunca te lo perdonarías y no te preocupes, estoy contigo.
Escarlata me dijo que necesita verme de forma urgente, que el asunto era muy importante por los datos que me podía aportar, si bien por el momento no era grave. Concretamos la cita a las 20h en la cafetería de siempre.
El asiento de piedra me pareció más confortable que la cita que había concretado. Apoyé la cabeza en la columna y agarré la mano de la mujer que amaba para eternizar ese momento.
- ¿Algo urgente?
-Sí, temo que la madeja va soltando cabos, todavía, sombríos.
Nos mantuvimos en silencio durante un buen rato. El dios Baco y su templo seguían allí, sin inmutarse.
- ¿Nos vamos? ¿o prefieres seguir caminando?
Miré el reloj, eran las 14 horas. Disponía de tiempo y propuse a Margarita ir a comer a la terraza del campin El Capricho.
-Es una buena idea, me muero de hambre y si quieres me sigues contando tus batallitas, sin ellas la vida sería muy aburrida.
Ella sonrió, yo me esforcé para no romper su aparente felicidad y le hablé a los ojos:
-Te juro que cuando encontremos a J.L. le voy hacer pagar el tiempo que, por su culpa, no pudimos disfrutar.
Después de la comida le acompañé a casa. Al despedirnos puntualizo:
-No te olvides dar mis recuerdos a Escarlata y no te preocupes, he quedado con mis amigas.
Escarlata tardó en llegar unos minutos. A unos metros de distancia observé una mirada temerosa y andar precipitado.
-Hola, Fernando, ¡necesito beber algo fuerte!
Esas fueron sus primeras palabras. Con guasa y restando importancia a lo que acaba de escuchar añadí:
-Creo que te sentaría mejor una tila.
-Por favor, bromas aparte y vamos al grano. Lo siento haberte metido en este lio. Te ruego que tengas mucho cuidado.
Escarlata agarró la copa de coñac entre las manos y con los brazos bien apoyados sobre la mesa me miró sin pestañear. En tono de confesión habló durante media hora mientras yo tomaba notas.
-He cumplido bien tu encargo. Esta mañana, de casualidad, encontré en la Plaza Conde Sal a la señora que limpia la biblioteca. ¿Te acuerdas? La que nos sonrió a través de los cristales.
-Si, claro, la recuerdo, la señora tan simpática y lista.
-La misma. Inmediatamente la saludé con unos buenos días muy expresivos. Le hable del momento en que nos habíamos visto en la biblioteca, e inmediatamente me reconoció:
“Sí, sí, me acuerdo, iba usted con un señor, por cierto, muy simpático, aunque un poco atropellado, por poco resbala por las escaleras al tropezar con la mopa” --Las dos nos reímos y aproveché el momento:
-Usted también es muy agradable, su empresa debe sentirse muy satisfecha con una trabajadora como usted. –A lo que añadió de inmediato:
“Espero que sí, pero si le digo la verdad, más contenta y sobre todo más tranquila estoy yo. Creo, que hasta, he engordado desde que abandoné el trabajo anterior. Además, allí, tan lejos, en Aravaca”
-Pronunciar este nombre y acordarme de tus informaciones en el mesón de Aravaca, fue todo uno y ya no me importó saber cómo se llamaba su empresa actual, pero sí, de saber que le había pasado. ¿Y por qué abandonó el trabajo del mesón de Aravaca?
“¿El mesón? ¿Acaso lo conoce usted también?”
-Me di cuenta que había incurrido en un error y rectifiqué.
-No, claro que no, creo que es usted quién me la indicado.
“Es posible, lo llevo tan dentro, que todavía tengo pesadillas por las noches: No me gustaba el ambiente, no podíamos hablar con los compañeros; apenas nos saludábamos, yo trabajaba de pinche en la cocina, era muy aburrido, además de no tener ni ventanas al exterior y lo peor de todo, una sobrina sigue trabaja aún allí, en la barra y sirviendo comidas en el comedor de la entrada. Porque sabe, hay otro comedor abajo, aquello debe ser un escondite donde se deben cocer muchas cosas. Ningún empleado baja allí a excepción de un señor muy trajeado que sube y baja bandejas de comida, y no se crea usted, una comida exquisita, claro que no suele suceder todos los días, porque si no allí pasaríamos día noche al capricho de los señoritos, por decir algo”
-Es decir, que no tenían horario fijo.
“Nada, nada, allí entrabamos, pero la salida era un interrogante. No me gustaba nada, yo necesitaba más cháchara. Además, tenía miedo por tanto secretismo, estoy segura de que allí pasa algo. Cobré a final de mes un sueldo ridículo y no volví. Lo siento mucho por mi sobrina que sigue allí. Le han debido leer bien la cartilla. Rara vez habla de su trabajo, hasta que un día vino a casa y me hizo prometer que no dijera nada de lo que iba a contarme: Muy nerviosa y llorando me dijo que últimamente había mucho trasiego de gente en el piso inferior y los pedidos de comida en la cocina habían aumentado. Que tenía mucho miedo porque varías veces escuchaba gritos y golpes. No pude convencerle de que debía abandonar el trabajo”
-Señora, conozco profesionales, que tal vez podrían ayudar a su sobrina, pero es mejor que no la comente nada.
“No sabe cuánto se lo agradecería. Yo he pensado denunciar, pero no sé cómo hacerlo. Y estoy convencida de que allí traman asuntos feos”
-Me gustaría que se aclarase todo lo que pasa en ese mesón y que su sobrina y el resto de trabajadores abandonen el lugar. Tiene que haber una solución. Y ahora, lo siento, tengo que irme, espero verla otro día y que las noticias sean buenas.
“Gracias señora, muchas gracias”
-Así nos despedimos. ¿Y ahora qué hacemos Fernando?
-Ante todo te agradezco el buen trabajo que has realizado. Temo mi querida Escarlata, que el filón es muy claro, y tengo el presentimiento de llegar tarde. Debemos actuar con urgencia y con una estrategia muy directa.
-Fernando, hay que coordinar con el grupo, no quiero que intervengas tu solo. Debemos echar las redes sin ser advertidos.
- De acuerdo, ¿qué propones? ¿una reunión urgente? Por esta vez, te ruego que informes tu misma al grupo, mientras yo voy atando los cavos.
-Ten mucho cuidado. No vayas a enturbiar las aguas y los peces huyan.
-Te confieso que no podré aguantar muchas horas. Creo que esta misma noche me acercaré por el mesón. Tengo la corazonada de que en ese edificio esconden a nuestro amigo.
Escarlata al escuchar la última frase agotó de un trago el coñac y añadió.
-Fernando, tengo miedo de que tus presentimientos sean reales. Recuerdo perfectamente la investigación que realizaste en el lugar; los coches que perseguiste con el taxista; la llegada al hostal del editor, una mujer con minifalda y otro hombre. Luego, los coches que introdujeron en el garaje, y según me contaste las marcas no eran ninguna bagatela.
Escarlata se lamentó de que no hubiera sacado fotografías. Quien sabe, y me acordé del hombre del taxi. Nos despedimos y cada uno cogimos caminos diferentes, sospechábamos hasta de nuestra propia sombra. Al llegar a casa, apenas había sacado la llave de la cerradura cuando sonó el telf. Era Escarlata muy nerviosa.
-Fernando, no sé si debo llamarte, tengo miedo, no me atrevo ni a encender la luz. Dos hombres estaban parados en la esquina de mi portal, como si esperasen a alguien. Sospecho que nos persiguen. Por favor ni se te ocurra salir de casa.
-Tranquila, y no vuelvas a llamar. Si sospechas algo más, llama a la policía. Puede que no tenga nada que ver con nuestro caso. Si hablas con el grupo se breve.
Mi intención era haber cogido la cámara fotográfica y dirigirme al mesón, pero preferí dejarlo para el día siguiente. Durante la noche cavilé la forma de introducirme en el garaje del mesón sin ser visto. La imaginación era libre y la realidad me sujetaba los pies. Al día siguiente era lunes, día 21. Me levanté temprano, hasta la tarde no tenía que ir a la oficina para entregar varios trabajos de revistas.
Ya en la calle, me acordé del taxista que, tan previsor, había tenido la gentileza de ofrecerme sus servicios el primer día que nos conocimos. Le llamé y de nuevo, me extrañó su pregunta:
-Qué ¿hay revuelo?
-Me temo que sí.
¿Y por donde han posado las garras esta vez?
-Me temo que en el mismo sitio donde usted me dejó hace unos días.
-Lo sospechaba. ¿Pero cómo no me ha llamado antes? Tuve ocasión de hacer varias carreras por el lugar. Me acordé de usted porque lo que vi en la trasera del edificio no me gustó nada. Los coches de alta gama eran los mismos y el trasiego no era normal. No esperé a coger pasajeros para no levantar sospechas, sin embargo, tengo una sorpresa muy buena para usted.
Le rogué que no continuara hablando y que me recogiera en la puerta de la universidad Complutense a las 10.
No pasaron 30 minutos cuando allí se encontraba el taxi seguido de un turismo blanco, conducido por un señor de avanzada edad. Los dos aparcaron sendos vehículos y se aproximaron.
-Hola, me dijo el taxista, te presento a un amigo, quiere mostrarte algo. Podemos sentarnos en esos jardines.
Me sorprendió tanta cortesía e implicación por su parte y les dije:
- ¿Qué está pasando? ¿Qué quieren ustedes de mí?
-Nada, sólo queremos ayudarle. --Dijeron los dos y añadí:
-Bien, pero antes debo hacer una llamada.
No se opusieron y llamé a Escarlata. La informé brevemente del lugar donde me encontraba y con quién. Ante lo que pudiera ocurrir, le rogué que viniera alguien del grupo. Luego, me acerqué a los dos hombres.
El Amigo del taxista sacó de un sobre marrón unas fotos donde se veían claramente las caras de hombres dentro de coches negros.
Miré fijamente al taxista y le hablé muy serio:
- ¿Qué significa todo esto? ¿Qué es lo que pretenden?
-Nada, ayudarle, ya se lo hemos dicho antes. Usted sólo no puede resolver tanta maraña, --contestó el hombre mayor.
Seguido, éste me fue mostrando una por una las fotos, en total eran unas 8. Me quedé helado al reconocer la marca de los coches, el color, una señora rubia, la cara del mismo Daniel Burgos y no pude por menos de preguntarles.
- ¿Acaso ustedes también son cómplices de la desaparición de un escritor?
-Colaboradores de su causa, si prefiere llamarlo, y por motivos que no vienen al caso, es mejor que usted no conozca. --Así habló el hombre que portaba las fotos y añadió:
-Tenga, guárdelas le pueden ser muy útiles.
En ese momento sonó el claxon de un coche azul. Era Escarlata, bajó del coche y me llamó:
- ¿Quiénes son esos hombres? ¿qué es eso que te han entregado?
-Ya lo verás, toma, guárdalo, donde yo voy no debo llevarlo. Puedes quedarte por aquí por si te tengo que llamarte, y si te parece advierte al grupo, me voy al mesón. Temo que va haber tomate.
A Carlota no le pareció bien tanto misterio y quiso ver las fotos al instante. Le rogué que las mirase luego más tranquila. Ella aceptó con desagrado. Luego, pregunté a los dos hombres que nos miraban sin pestañear.
- ¿Quién de los dos me puede llevar al mesón? Que, al parecer, los dos conocen muy bien.
A lo que contestó el taxista:
-Llevarte y acompañarte.
-Lo de acompañarme no lo considero necesario, a usted le conocen mucho por ese pueblo, --a lo que añadió el hombre mayor.
-No se preocupe, yo seré vuestro protector.
Me despedí de Escarlata, ella me deseó suerte. Se lo agradecí, presentía que la iba a necesitar. El Taxista me aconsejó que no fuéramos directos al mesón que era mejor dar unas vueltas por los alrededores más próximos.
-No sé si fiarme de usted. Mejor me bajo y si lo necesito le llamaré.
-Ande, no sea niño, no pienso dejarle sólo, usted no tienen ninguna idea con quién se juega su vida. Tranquilícese y guarde las fuerzas, las va a necesitar.
No sé, el tiempo que llevábamos circulando, cuando me di cuenta que estábamos en la Calle Pléyades y que dos coches circulaban por ella en dirección a la Autovía A6 en dirección de A Coruña. El taxista me gritó:
-No se mueva por favor y mantenga la calma, voy a seguirlos.
Creo que no habrían pasado cinco minutos cuando los dos coches se encontraron con un camión cargado de animales, que circulaba por el segundo carril con el intermitente derecho encendido. El tercer carril se encuentra saturado. Comienza la serenata de los cláxones, uno de los coches negros intenta adelantar al camión por la derecha justo cuando éste gira para introducirse en el primer carril. El coche negro se empotró en el camión, este sigue girando, sale de la calzada y vuelca. Una piara de cerdos huye escopetados, los gruñidos se unen a los cláxones y a los gritos de la gente. Salgo del coche, por suerte había llevado mi cámara. El cuerpo me temblaba y no era capaza de sujetar la máquina. Me acerqué al coche negro que seguía en la cola y pude ver a la señorita rubia en el asiento trasero y en su hombro se apoyaba la cabeza de un hombre, no dudé en que era J.L. el resto del cuerpo estaba cubierto. Agarré fuerte la cámara y saque unas fotos al tiempo que del mismo coche salió un hombre que me empujo y caí al suelo. En ese momento sonaron las sirenas de la policía. No me moví del lugar donde había caído hasta que tuve a la policía de frente.
- ¿Y usted quién es?
-Soy periodista.
- ¡Retírese inmediatamente de este lugar! ¿No ve que corre peligro?
-No puedo retirarme, por favor les ruego, vigilen a ese coche negro llevan escondido a Julián López.
El caos era increíble. Los policías no sabían a quién atender. lo que aprovechó el conductor del coche donde iba mi amigo para hacerse un espacio en el cuarto carril y desaparecer en medio del caos. Yo no dejé de gritar a la policía hasta que me ordenaron salir de la calzada inmediatamente. Me negué, pero un policía me agarró del brazo y me llevó cerca de donde había descarrilado el camión diciéndome:
-Desde aquí podrá hacer todas las fotos que quiera.
Yo insistí que debían perseguir al turismo negro del cuarto carril, que había huido. No me hicieron caso. Me cansé de fotografiar todo lo que sucedía y no me moví del lugar hasta que el tráfico quedó ordenado, las ambulancias se llevaron a los heridos y pudieron sacar a los ocupantes del coche empotrado. Ninguno parecía estar muerto, pero sí graves. entre ellos el jefe de la editorial. El camionero había fallecido y gran parte de los animales. Consternado y sin saber lo que hacía llamé al taxista.
-Les estoy siguiendo, no puedo atenderte. Les llamaré.
CAPÍTULO 2-ELISA CUETO
Lo sabía. Ya lo sabía, como dice aquella lejana canción. Mejor dicho, ya me lo había imaginado desde el martes por la noche, cuando llamé a Camila para preguntarle alguna tontería sin importancia y ella no había querido hablar conmigo. Nati, su compañera de piso, su roomate, como mi hija la llamaba, fue la que respondió al teléfono.
—Lleva encerrada todo el día en su habitación. Desde anoche cuando llegó a casa después del curro. Hoy no ha salido siquiera para comer. Por la mañana solo se levantó para pedirme que llamara a la jefa, que le avisara que estaba indispuesta y no iría a la clínica. Tenía los ojos muy hinchados, como sapo...
—¿Sabes qué pasó?
—Eso mismo le pregunté yo. «Algo grave, muy grave», me respondió dando un portazo. Y después añadió desde dentro «¡No estoy para nadie!».
—Dile que soy su madre.
Escuché por la línea los pasos de Nati y poco después los toquidos a la puerta. No alcancé a comprender las palabras que intercambiaron.
—Lo siento mucho, Elisa, lo he intentado pero dice que no quiere hablar con nadie.
Por eso, cuando el jueves por la mañana escuché en el telediario la noticia de que habían encontrado el cadáver de un hombre en la Sierra de Madrid, supe inmediatamente de quién se trataba. Julián López había finalmente aparecido.
Ese mismo día, el jueves por la tarde a eso de las seis, nos dirigíamos los cuatro, montados en un lujoso Audi color plateado, hacia el Instituto Forense dentro de la Universidad Complutense para identificar el cadáver. Más bien para que Camila lo identificara, yo solo iba en calidad de acompañante porque ella me lo pidió. Íbamos las dos sentadas en el asiento trasero, tomándonos de las manos en silencio, solo para comprobar que estaban empapadas de sudor.
Según la policía científica, mi hija era la persona a quién correspondía realizar ese trámite por ser la más cercana al muerto. Yo había intentado proteger a mi hija de ese trance tan desagradable, porque la conozco y sé que no tiene la fortaleza ni física ni de ánimo, en eso salió a mi, que yo también en cuanto veo un poco de sangre me mareo y me desmayo. Pero no hubo manera, «Son órdenes de arriba» dijo impasible el policía, así que tuvimos que obedecer.
—Pues yo en este país no conozco las normas, pero se me hace raro que sea la novia a la que le toca reconocerlo. ¿Y su familia, qué? Acaso Julián no tiene esposa —protesté furiosa durante el trayecto—. Hasta donde sé todavía no están… mejor dicho... no estaban divorciados. ¿No debería corresponderle a ella pasar este mal trago?
—Así es, no es justo —interrumpió Patricia—. Aunque también es verdad que él ya no vivía con su esposa desde hace muchos años.
—Nueve años, para ser más exactos —añadió Luis, el propietario y conductor del coche—. Se separaron poco después de que Julián publicara su novela, la del premio.
Luis Noriega era el nuevo novio de Patricia, mi hija menor, y si sabía con tanta precisión ese dato era porque decía haber sido un viejo amigo de Julián López.
Al principio esta nueva relación me causó una sorpresa desmesurada. Mi hija pequeña, tan introvertida, y este abogado, tan seguro de sí mismo, no podían ser más dispares. Ella, una joven recién recibida de la carrera de psicología, con 28 años (cinco menos que Camila), tímida, amante de los libros y con pinta de hippie (llevaba el pelo rizado y suelto sobre los hombros). Él, un abogado laborista de 43 años, calvo y un poco gordo, vestido siempre con traje, corbata y zapatos lustrosos.
Nada que ver con sus anteriores novios. Primero, un músico de su edad, que resultó un desgraciado bipolar. Al menos, así lo catalogó ella —trastorno maníaco depresivo— ya que entonces estaba apenas empezando sus estudios en Somosaguas y tenía la manía de diagnosticarnos a todos. Luego se lió con el primo de una compañera suya de la universidad. No recuerdo que carrera tenía, ingeniería, creo, pero eran muy parecidos físicamente, no desentonaban como pareja. El problema fue que el tipo era fanático del futbol, del Real Madrid, y para colmo de una familia de ultraderecha que se burlaba de las “exóticas” costumbres de Patricia por ser mexicana. Y el último, un par de años atrás, el peor de los tres, un técnico especializado en aires acondicionados, eso sí, guapetón, con un cuerpo musculoso conseguido a base de horas en el gimnasio. Al final, la hizo sufrir mucho, solo se quiso aprovechar económicamente de ella, siempre estaba pidiiendole dinero prestado.
Luis Noriega, en cambio, sin ser el mejor partido para Patricia, según mi punto de vista (lo veía demasiado mayor para ella), sí tenía una cualidad indiscutible: la trataba como una reina, en bandeja de plata. Desde que habían empezado a salir juntos, él se desvivía por complacerla, la llevaba a donde ella quería, hacían lo que ella proponía, le compraba flores y bombones (cortejo a lo clásico, eso significaba que no era muy creativo), etc. En ese entonces, poco antes de la desaparición de Julián, Luis me parecía el yerno ideal. Tan atento conmigo y con mis dos hijas, nos resolvía siempre todos nuestros pequeños problemas domésticos. Camila confiaba ciegamente en él.
Ya era hora de que a Patricia le tocara estar del otro lado. Siempre había sido la que lo daba todo y no la que recibía. Esta vez parecía al revés: mientras Luis más la buscaba ella más lo rechazaba. Yo eso no lo entendía. Quizás era simplemente el deseo inmaduro de llevar la contraria. Sé que es muy difícil encontrar la pareja perfecta, lo que se suele llamar “la media naranja”. Ese fifty-fifty en una relación no existe, hay uno que quiere y otro que es querido. Pero esto ha sido así desde todos los tiempos.
Me acordé de las clases de literatura en el colegio en México cuando estudiábamos a Sor Juana Inés de la Cruz. Ese soneto del siglo XVII no podía expresarlo de mejor manera:
Al que ingrato me deja, busco amante;
Al que amante me sigue, dejo ingrata;
Constante adoro a quien mi amor maltrata;
Maltrato a quien mi amor busca constante.
Al que trato de amor, hallo diamante
Y soy diamante al que de amor me trata;
Triunfante quiero ver al que me mata
Y mato al que me quiere ver triunfante.
Si a éste pago, padece mi deseo;
Si ruego a aquél, mi pundonor enojo:
De entreambos modos infeliz me veo.
Pero yo, por mejor partido, escojo
De quien no quiero, ser violento empleo,
Que, de quien no me quiere, vil despojo.
(Esto último se puede eliminar)
*
Un día, poco antes del descubrimiento del cadáver de Julián, llegó Camila a comer a casa. Solía hacerlo desde que su novio había desaparecido, quizá para no sentirse tan sola. La notaba muy alterada, ya no era la misma chica agradable y de buen humor que tanto éxito social provocaba. Me contó que Daniel Burgos, el editor de Julián, estaba también muy preocupado por su desaparición y había contratado a mucha gente, entre ellos varios detectives privados muy prestigiosos. Por su parte, el banquero G.M.G. había puesto de encargado en la investigación del caso a un inspector de la policía, que según él, era lo mejor que había en su especialidad; que si no lo encontraba él, nadie más podría.
—Ay, mamá, ya no aguanto al comisario Melgarejo. Es un pesado. No me deja en paz —me dijo Camila subiendo la mirada hacia el plafón.
Yo ya había conocido a ese tipejo (rima con su apellido) y no podía más que reírme por dentro de tan caricaturesco personaje; pero, en fin, si eso decían los picudos, que era la mejor persona para hacerse cargo de la investigación, sería por algo que yo desconocía.
Estábamos sentadas las tres a la mesa cuando sonó el timbre. Patricia se levantó y fue a abrir la puerta.
—¿Quién es? —pregunté desde el comedor mientras servía la sopa.
—Un paquete de Amazon.
Noté una amplia sonrisa de satisfacción en la cara de mi hija pequeña al sentarse de nuevo frente al plato humeante. Camila y yo, expectantes, mirábamos la caja de cartón corrugado con una sonrisita idiota impresa en uno de los laterales, y preguntamos casi al unísono:
—¿Qué es eso? ¿Quién lo envía?
—Es un regalito para mi —dijo Patricia—. Me lo envía Luis.
Resultó ser una funda con teclado para el nuevo iPad que le había también regalado su espléndido novio unos días antes.
—¡Vaya, vaya! —exclamé—. Menudo novio te has conseguido.
—Sí. Ya te había dicho, mamá, que Luis era muy majo. Un buen tipo —dijo Camila, pienso que con un poco de envidia.
—¿De dónde ha salido? ¿Cómo lo conociste? —le pregunté a Patricia. Sin embargo, fue Camila la que me respondió.
—Ay, mamá, ¡qué memoria tienes! Fui yo la que se lo presenté. ¿No te acuerdas de la fiesta en Marbella en casa de Gonzalo? Luis estaba ahí.
De pronto me vino a la cabeza una imagen de un grupo de personas alrededor de una chimenea con un cuadro muy grande y colorido sobre ella, no recuerdo exactamente si era un Miró o un Picasso, lo que sí sé es que estábamos en la sala de pintura española contemporánea. Recuerdo que Camila le dijo a Patricia que le iba a presentar a unos amigos muy majos: Blanca y Luis. Fue entonces cuando yo conocí al tipo ese de la galería de arte que me llevó a la biblioteca de la mansión para que viera el “Pisagó”. Si recuerdo el nombre de Blanca, la que entonces supuse era la esposa del tal Luis (más adelante comprobé que mis suposiciones eran acertadas y Luis Noriega estaba casado con ella) era porque se parecía a mi prima Blanca de México y, además, porque me llamó mucho la atenció el impresionante prendedor en forma de libélula, con brillantes y esmeraldas (en caso de ser auténtico y no de bisutería) que llevaba sobre el escote de su vestido color turquesa.
—Cierto, mamá. Luis estaba ahí —replicó Patricia—. Lo que pasa es que tienes muy mala memoria. Nunca te acuerdas de nada.
*
El día después de haber estado en el Instituto Forense de la Complutense para identificar el cadáver de Julián, ahí estábamos, temprano por la mañana, otra vez los cuatro, dentro del Audi color plata de Luis Noriega, dirigiéndonos al tanatorio de San Isidro.
Las tres mujeres íbamos vestidas de negro total, como supuse sería la costumbre aquí, igual que en México. La verdad es que se trataba de la primera vez que asistía a un tanatorio en España e iba nerviosa..En el fondo, no sabía si nos correspondía ir a dar el pésame ¿a quién? ¿a la viuda? ¿a la familia de Julián?, pero Luis insistió en que debíamos asistir, por Camila.
«Qué considerado es», pensé desde el asiento trasero del coche, mientras miraba el lóbulo de su oreja derecha donde se le encajaba el aro de oro de sus gafas oscuras Rayband. «¿Por qué tantas atenciones hacia Camila?» Volví a ver la imagen de Luis, sosteniendo firmemente con su brazo alrededor de la cintura a Camila, cuando salió, desfalleciente y pálida, de la morgue. Patricia y yo esperábamos sentadas en la fría sala de espera. Recuerdo que volteé a ver a Patricia para ver su reacción ante un comportamiento que a mi me parecía excesivo por parte de Luis, pensando que la mirada de mi hija pequeña sería de celos, pero no, nada reflejaban sus ojos. Absoluta indiferencia.
Cuando llegamos el tanatorio estaba a reventar. Ya desde la calle se veía un tumulto de periodistas y cámaras para la televisión. Todos querían informar sobre la desgracia del escritor, primero desaparecido y ahora hallado muerto, presuntamente asesinado.
—¿Qué es esto? ¡Por Dios! —exclamé mientras intentábamos aparcar—. Yo me quedo en el coche. No me bajo de aquí.
Mis hijas también estaban paralizadas. Fue Luis el que nos animó a las tres. Finalmente obedecimos como autómatas y entramos.
Como Camila supuestamente era la protagonista y a la que correspondía dar el pésame a la viuda (qué ironía) entró en la sala 17, apoyada del brazo de Luis. Mi hija pequeña y yo mientras tanto nos quedamos en el pasillo.
—No sé a qué vinimos —le susurré a Patricia—. Vámonos de aquí.
—No podemos dejar a Camila sola. Ella lo está pasando peor que nosotras dos. Ni modo. Entremos ahora…
Una vez dentro de la sala 17 vi el nuevo panorama. Lo primero que me fijé fue en la gente que hacía la cola para dar el pésame a la viuda. Maldita bruja, pensé. Llevaba unas enormes gafas oscuras, en teoría para disimular una tristeza y un desasosiego que no existían. Su atuendo, sus zapatos de tacón, su peinado y su maquillaje estaban impolutos. ¡Cuánta hipocresía!
Más gente formando corros. No conocía a casi nadie. Solo distingí en una esquina a Daniel Burgos, el editor de Julián. Cuando me reconoció me hizo una pequeña señal alzando las cejas y continuó conversando con los hombres de traje oscuro y cara circunspecta con los que se encontraba.
Entre la aglomeración se fue marcando una línea invisible que separaba en dos hemisferios a los concurrentes. Por un lado los deudos, familiares, amigos y gente picuda. Entre ellos estaban, en el extremo opuesto, Camila y Luis. Al otro lado de la línea, nosotros, gente que sobraba, principalmente periodistas y curiosos. Es decir, las moscas cojoneras.
Vi, poco después, que Luis Noriega permanecía en el mismo corro, charlando con los que supuse eran los amigos del difunto, mientras mi hija Camila se separaba de aquel grupo y, con cara de aburrimiento, soportaba la plática de un tipo que me daba la espalda y no podía ver. En cuanto giró un poco la cabeza lo reconocí: era el comisario Melgarejo.
Después de un buen rato, que me pareció eterno, como suele ocurrir con las situaciones incómodas, me atreví a cruzar aquella línea invisible e ir al rescate de mi hija. Patricia no quiso acompañarme. Dijo que iba a salir a fumarse un cigarro porque ya estaba empezando a asfixiarse. Menuda incongruencia.
Justo a mitad del camino entre los puntos a y b se encontraba Daniel Burgos. Se acercó y me saludó con dos besos en sendas mejillas como se acostumbra en España.
—Hola, Elisa, ¿qué tal va todo?
—Bien. Mejor dicho, ahí va.
—Luego necesitamos hablar contigo.
—Ok. Luego hablamos.
Muy lacónica nuestra conversación. Él regresó enseguida al grupo donde estaba. Me quedé pensando y no supe por qué había empleado la segunda persona del plural. ¿Quiénes necesitaban hablar conmigo y por qué motivo?
Llegué al punto b, el rincón donde estaban parados Camila y Melgarejo.
Me pareció casi un deja-vu. Estaba transcurriendo el mismo momento cuando la interrumpí en la fiesta de Marbella en la mansión del banquero para decirle que Patricia y yo nos queríamos ir de ahí.
—Creo que ya es hora de marcharse.
No le dio tiempo a mi hija de responderme nada.
Melgarejo se presentó, como si no nos conociéramos ya de antes. Luego empezó a hablar de puras chorradas con la intención de que no nos marcháramos. Camila no abría la boca. Alternaba la mirada de uno a otro lado, como si estuviera viendo la pelota en un partido de tenis. Parecía catatónica. Ese hubiera sido el diagnóstico de mi otra hija, la psicóloga. Hubo un momento en que llegué a preocuparme por su salud mental. No podía interpretar sus gestos, aunque también era posible que se debiera a que tenía la cara desfigurada de tanto haber llorado la noche anterior. Me imagino que identificar un cadáver descompuesto debe ser muy traumático.
—Cami, lo siento pero creo que ya es hora de irse —volví a repetir.
—Aún no hemos terminado de hablar, señora —dijo el policía.
—Lo siento mucho, comisario, me llevo a mi hija porque está muy cansada —dije al tiempo que la tiraba del brazo para intentar volver al punto a y salir de aquella sala.
—No se preocupe, si quiere yo la puedo llevar a casa después. Estaría encantado de acompañar a su bella hija.
—Gracias, pero no hace falta, inspector —insistí.
En eso apareció por detrás Luis que había estado escuchando lo que pasaba.
—Camila ha venido con nosotros y con nosotros se regresa —dijo muy enfadado el novio de Patricia. Luego, suavizando un poco el tono, agregó—: Acaso no comprendes que necesita descansar. Esto ha sido muy duro para ella.
Me percaté que había dicho no comprendes en lugar de no comprende. Si Luis le hablaba de tú al comisario sería porque ya se conocerían y había confianza entre ellos.
Cuando salimos a la calle en busca del coche, nos topamos de frente con una tromba de periodistas que se arremolinaron en torno nuestro, haciéndonos preguntas sobre Julián. El acoso mediático nos impedía avanzar. De nuevo fue Luis el que se impuso y nos fue abriendo paso, poco a poco, hasta el vehículo.
Abrió las dos puertas del lado derecho para que subieran, Patricia, en el asiento del copiloto, y Camila, en el trasero. Mi hija mayor se desplazó rápidamente hacia la ventanilla izquierda para dejarme espacio a mi. Yo no tuve la misma agilidad que ellas, tampoco tengo su edad ni su condición física y me lo tomé con un poco más de parsimonia. No me gusta verme después los moretones en las piernas producidos por los golpes espontáneos.
Una periodista con flequillo lacio sobre sus gafas de pasta me dio alcance antes de que yo pudiera subir al coche, y poniéndome el micrófono cerca de la boca me preguntó:
—Usted debe ser Elisa Cueto, ¿verdad? Del grupo de Escribas Reunidos, los que están escribiendo la biografía de Gonzalo Martín G., ¿no es así?
Me quedé en shock. ¿Cómo lo sabía?
Justo detrás de la periodista un joven dirigía una enorme cámara de televisión hacia mi cara. En unos segundos, otros periodistas, con micrófonos incluídos, también se acercaron al Audi color plata de Luis.
Ya está, pensé. Me ha llegado el momento de mis quince minutos de fama, como decía Andy Warhol.
Escuché la voz de mis hijas desde el coche, que gritaban a coro:
—¡No contestes! ¡Súbete rápido! ¡Ya!
Volví al estado de conciencia y las obedecí de inmediato.
Luis arrancó y por fin nos alejamos de aquel tumulto. Cuando por fin pude recuperar la respiración pensé que mis quince minutos de fama habían durado solo quince segundos.
*
Al equipo de Negros Reunidos:
Después de recibir el nuevo capítulo de Teo sobre el inspector Melgarejo, he visto que tengo que hacer algunos cambios en mi texto para que no haya incoherencias en la trama.
Aquí hace falta incluir una escena, (supongo que ocurre poco después del encuentro en el tanatorio) en donde Melgarejo se reúne con Elisa y le propone que le ayude a concertar una cita para comer con Camila.
Debido al insistente acoso de Melgarejo y de los periodistas sobre Camila, Elisa decide, junto a su hija, que ésta huya a México a casa de su tía Ester en Cuernavaca, mientras pasa el escándalo.
*
Los Escribas Reunidos nos volvimos a juntar en la Biblioteca, días después de la muerte de Julián, para comentar nuestra nueva situación. El grupo estaba desanimado y discutimos mucho entre seguir o no seguir con el proyecto.
Daniel Burgos, el editor, nos había dicho la última vez, que nos recompensaría generosamente por nuestro trabajo y que, al final, no nos íbamos a arrepentir. Estaba seguro de que la nueva versión sería un gran éxito de ventas. Nos sugirió algunos cambios importantes. A partir de ahora debíamos sustituir el narrador en primera persona por un narrador en tercera persona pues ya no se trataba de una “autobiografía”. Además, teníamos plena libertad para escribir todo lo que habíamos descubierto durante nuestra investigación, y que no nos preocupáramos por unificar el tono y esas cosas formales, que el corrector de estilo se encargaría. Si entregábamos los textos faltantes pronto, él calculaba que se podría publicar el libro a finales de mayo o principios de junio, y podríamos recibir nuestra paga antes del verano.
—Ánimo. Mucho ánimo. Ya falta poco. Os veo a todos disfrutando de lo lindo, tumbados en la playa con un gin and tonic en la mano.
Felipe estaba encantado con el giro que habían tomado los acontecimientos. Él era partidario de seguir, a como diera lugar, porque ya teníamos la mayor parte del trabajo hecho. Pero todos sabíamos que lo único que le interesaba era no perder la relación con Burgos, el editor. Pensaba que era la oportunidad ideal para publicar los numerosos manuscritos que guardaba en un cajón en espera de salir a la luz de la tinta negra (¡vaya oxímoron!).
Sin embargo, a pesar del entusiasmo de Felipe, algunos otros dudábamos. Yo me sentía responsable por haber sido la inductora del encargo, sentía que los demás me culpaban del embrollo en el que los había metido. Por eso me abstuve durante la votación. Al final, los partidarios de seguir adelante ganaron. «Es verdad que el trabajo está ya casi terminado», dijo Faustino.
Carmen (el personaje de Josefina), en cambio, se negó a continuar. «Lo siento mucho, compañeros, yo no puedo seguir escribiendo, en este momento, como sabéis, tengo serios problemas en casa». Se refería a la mala salud de su marido.
A ella le había correspondido en el reparto inicial, escribir sobre la etapa familiar del Único: la boda, los hijos, la vida conyugal, las aficiones, los parientes, los amigos, etc. Me pasó a mi su parte.
—Toma, Elisa, aquí tienes el primer borrador del manuscrito, los apuntes que tomé, las fichas, el esquema y las tres cintas que me entregaron correspondientes a este periodo.
El primer casette marcaba en la etiqueta lateral los años 1975-1990; el segundo tenía escrito a mano con tinta azul el nombre MERCEDES 1995; y el tercero los años 2004-2008.
El esquema que me entregó Carmen me pareció muy práctico. Resumía muy bien el contenido del primer casette.
—En octubre de 1975, poco antes de la muerte de Franco, G.M.G. (25) se casa con Mercedes X. (23), nacida en Badajoz, hija de un acaudalado notario miembro del Opus Dei. Se trasladan a vivir a Madrid, barrio de Argüelles.
—En septiembre de 1976 nace su primer hijo, Josemari. Se hace socio del Real Madrid.
—En mayo de 1977 se hace socio del club de golf. El 15 de junio, primeras elecciones generales (Suárez).
—En febrero de 1978 nace su segundo hijo, Álvaro. Fin de la dictadura, 6 dic. Constitución.
—En abril de 1979, nace su hija María Cristina. Es nombrado director general de un laboratorio farmacéutico. Se mudan a un piso más grande en la calle Pintor Rosales, mismo barrio de Argüelles.
—En 1982 Mercedes sufre un aborto con cinco meses de embarazo. Ese mismo año la esposa es intervenida quirúrgicamente.
—En 1984 muere en El Ferrol el padre de G.M.G.
—En 1990 lo nombran presidente del banco.
Hasta aquí lo correspondiente a la primera cinta magnetofónica. Después de escucharla con atenció, leí el borrador de Carmen. Todos los datos anteriores estaban narrados en primera persona, como si hubieran sido escritos por G.M.G. —esa era precisamente la intención—, pero el estilo barroco y femenino de mi compañera no pegaba para nada con la voz de un hombre que había alcanzado las cimas del poder. Es decir, el manuscrito tenía poca credibilidad. Habría que trabajarlo mucho.
Decidí antes de cambiar nada, escuchar la segunda cinta: MERCEDES 1995.
Se escucha la voz de Julián López preguntando si ya está listo. G.M.G. responde con un “vale”. Luego continúa diciendo:
—Hoy te voy a contar la triste muerte de mi “queridísima esposa”…
Durante varios minutos describe con una voz grave y solemne, a un ritmo pausado, la historia de su primera y “queridísima esposa” (esa frase la utiliza en numerosas ocasiones, siempre con un tono impostado).
—Mercedes era una mujer maravillosa. Mis hijos y yo la echamos mucho de menos…
La narración se vuelve muy aburrida cuando empieza a describir la habitación donde su mujer pasó sus últimos días: que si la cama con dosel, las espectaculares vistas a la Casa de Campo, las puestas de sol sin tener que levantarse de entre las sábanas, las frescas flores en ramilletes multicolores, como a ella le gustaban, dentro de los jarrones de cristal cortado sobre la cómoda, el crucifijo dorado arriba del cabecero matrimonial…
Primero me imaginé la última escena de “La Dama de las Camelias”, con Mercedes haciendo el papel de Greta Garbo tuberculosa, en el momento en que estira su largo cuello hacia atrás, languideciendo entre cojines de terciopelo. Pero en cuanto escuché lo del crucifijo dorado sobre el cabecero de la cama, recordé aquello de que su familia pertenecía al Opus Dei y no sé porqué pensé en la serie de televisión “El Cuento de la Criada”. Quizás porque visualicé una cama matrimonial donde se lleva a cabo la sagrada ceremonia del día de la ovulación.
Cuarenta y cinco minutos después, se escucha finalmente la voz de Julián preguntando:
—Y, ¿de qué murió?
Se hace un incómodo y largo silencio, una eternidad. Ha pasado un ángel, solía decir mi madre en estas situaciones. Muy adecuado el comentario, aunque a mí más bien me da la impresión de que El Único no conoce la respuesta. Titubeante por fin responde:
—De una enfermedad, de esas, raras.
—Ya —interviene Julián ante el aprieto—. Y, ¿cuál es el nombre de la enfermedad?
—Ejem… Ahora mismo no me acuerdo del nombre. Fue hace más de veinte años.
—¿Una enfermedad autoinmune? ¿Lupus?, quizás.
—Sí. Exacto. Eso mismo.
Aquí me llamó la atenció la incoherencia tan grande que había entre lo que decía el banquero en la grabación y lo que había escrito Carmen en su borrador. En el manuscrito se deducía que la primera esposa de G.M.G. había muerto de cáncer, esa cruel y larga enfermedad, como se decía eufemísticamente hasta hace un par de días, parece ser que nombrar la palabra cáncer estaba entonces prohibido, no sé por qué. O, tal vez, Carmen no había escuchado este segundo casete. Me parecía muy raro, así que volví a leer con mayor detenimiento el manuscrito. Aunque era verdad que mi compañera se refería en dos ocasiones a la causa de la muerte como aquella larga enfermedad, en un párrafo se menciona directamente la palabra cáncer. Para salir de dudas pensé en llamarle por teléfono y preguntarle, pero entonces caí en la cuenta de que a lo mejor no era muy oportuno porque era posible que su esposo padeciera lo mismo, aquella cruel y larga enfermedad.
Decidí llamar a mi amiga Loli, que todo lo sabe.
—De casualidad, ¿tú conociste a Mercedes X, la primera mujer de G.M.G?
—No la conocí en persona, pero sí mi prima Leti, eran de la misma edad, las dos del 53, creo que estudiaron en el mismo colegio. Pero, no me hagas mucho caso… ¿Por qué lo preguntas?
—¿Sabes de qué murió?
—Oficialmente, murió de cáncer. Aunque hay diferentes versiones… incluso rumores muy fuertes que dicen que murió repentinamente en extrañas circunstancias.
—¡¿Cómo?! ¿Qué extrañas circunstancias?
—No me hagas mucho caso. Son rumores poco fiables. Además, no te podría contar más porque ya no me acuerdo. Pasó hace mucho tiempo y ya sabes que mi memoria deja mucho que desear. Estoy empezando a preocuparme, quizás tengo principio de Alzheimer.
—Tu memoria está muy bien, Loli, sólo te falla cuando te conviene.
Esa misma tarde, después de comer, escuché el tercer casette. La grabación duraba solo 25 minutos. Se me hizo poco tiempo para abarcar los cuatro años (2004-2008) que marcaba la etiqueta pegada en su costado. El contenido se refería a asuntos profesionales y financieros que no me interesaban en absoluto pues no consideraba estuvieran relacionados con la parte de la biografía que me correspondía desarrollar, la familiar. Lo único rescatable de la cinta, pensé, era la mención a su boda con Estrella Casares en una finca campestre cerca de Toledo.
Las fechas no me cuadraban, así que volví a recurrir a mi fuente de información.
—¿Sabes el año de la boda de G.M.G. con su segunda esposa Estrella Casares?
—Pero, ¿qué es esto, Elisa, una pregunta para Saber y Ganar?
—Es por pura curiosidad. Más bien, necesito ese dato para terminar el capítulo que estoy escribiendo en la biografía que te conté.
—No me hagas mucho caso, hasta donde sé nunca se casó con la Estrella..., pero mejor déjame y le pregunto a mi prima Leti. Ella seguro lo sabe. Ahora mismo te vuelvo a llamar en cuanto lo averigüe.
Esperaba que Loli me devolviera la llamada en unos pocos minutitos, pero tres cuartos de hora después el teléfono seguía sin sonar.
Puse agua a hervir. Me preparé una infusión de Rooisbos. Dejé que se enfriara un poco para no quemarme la lengua. Me levanté por unas galletas Campurrianas para acompañar mi tea-time. Leí todos los Whatsapp nuevos que me habían llegado (36). Me metí a Instagram para ver las fotos de los nietos de mis amigas en México. Muy molesta por su tardanza estaba a punto de llamarla cuando sonó el móvil.
—Perdona, Elisa. El cotilleo estuvo buenísimo, por eso tardé tanto. En efecto, como te había dicho, nunca se casaron. Al menos por la Iglesia. Dice Leti, que ella cree, que en todo caso, se casarían por lo civil, para cuestiones de herencia, de propiedades, o, más bien, fiscales. Porque, según ella, Estrella era la que firmaba y llevaba el dinero negro a Suiza...
—¿Cómo sabe tanto tu prima?
—Pues resulta que el hijo de Leti estaba en el mismo colegio en La Moraleja que el hijo de la Estrella, y ahí se hicieron muy amigas.
—¡Ah! ¿Tiene un hijo Estrella?
—Sí, se llama Cristóbal. No me hagas mucho caso, pero, si es de la edad del hijo de Leti, deberá tener ahora cerca de treinta años. Según mi prima, que ella lo conoce desde niño, es igualito a su padre: El Único.
Esa misma noche me puse a revisar el cuaderno de apuntes de Carmen (Josefina) que me había entregado junto con todo el material. Entre su densa caligrafía encontré una nota que decía: Gran boda entre G.M.G. y E.C. Finca en Toledo, abril 2004. Borrador 18, a y b. Busqué los borradores indicados entre los papeles sueltos. Encontré solo uno, titulado 18a, inconcluso, que describía con lujo de detalles, al estilo decimonónico, la ceremonia nupcial. Resaltaba todo lo relacionado con la novia, su indiscutible belleza, el intrincado peinado que recogía su dorada cabellera, su hermoso vestido de un blanco impoluto, el velo de tul que formaba una larga cola de seis metros, el ramo de rosas y azahares, etc., etc. (¡Cuánta imaginación!)
El borrador terminaba abruptamente en cuanto la novia subía la escalinata de la pequeña iglesia comarcal, cogida del brazo de su padre. En el medio folio en blanco que sobraba después de las descripciones, Carmen había escrito a mano el siguiente párrafo:
«Estrella y Gonzalo se conocieron en 1999, cuatro años después de la muerte de Mercedes, durante un viaje en yate por las islas griegas. Ella es una famosa modelo que había estado casada antes con un millonario, dueño de una constructora, con el que tuvo un hijo, nacido en 1990.»
Puras mentiras, pensé.
Me fui a la cama muy cansada. No podía dormir. Los pensamientos giraban dentro de mi cabeza a una velocidad descomunal. Según mis elucubraciones, si Cristóbal era hijo de Gonzalo y éste tenía ahora treinta años, significaba que el banquero había conocido a Estrella antes de la muerte de su primera mujer. Por otro lado, me parecía muy extraño que El Único no supiera el nombre de la enfermedad que causó la muerte de Mercedes. El largo silencio que precedió a la titubeante respuesta que dio cuando Julián le preguntó sobre ello, lo delataba, casi en forma incriminatoria.
¿Y si él la mató para poder casarse después con Estrella?
Finalmente los ojos se cerraron. Me veía en aquella fiesta en Marbella en el jardín de la mansión de G.M.G. detrás de la piscina. Julián, muy borracho, discutía con Daniel Burgos, su editor. Eso no puede saberse. Si se sabe, cae todo. Pues que se sepa, ¡coño!
CAPÍTULO 2- FELIPE
Pánico me entró aquel día, primer taller después de la Navidad, cuando Monique Dubois, al final de la sesión, preguntó a Elisa, con cara circunspecta, quién de las dos comunicaba la noticia. Acordaron que fuera Elisa, y con aspecto de tragedia, al más puro estilo Frida Kahlo, nos llamó la atención y dijo: como veo que ninguno de ustedes ha sacado el tema me veo en la obligación de transmitirles que Julián López ha sido hallado muerto en ---------------------------. Al parecer se trata de un asesinato.
Tras la lógica sorpresa llegó un evidente alboroto. Después, entramos en razón y consensuamos que los nuevos acontecimientos en nada cambiaban nuestro contexto real de trabajo, si bien, la relación contractual con el editor, habría que reorientarla.
Asunto bien distinto es que yo tengo un ---------------------------------y, como la red global lo sabe todo de nosotros, ya solo faltaba que en una combinación de algoritmos la policía me relacionase con el asunto. Pavor y ansiedad hicieron que mi vello se levantara. Insisto en autodefinir mi alocada conjetura de aquellos días como inquietante. Tendré que tranquilizarme —me decía de continuo.
En el lenguaje corporal de Elisa, cuando nos dio la noticia de la aparición del cadáver de Julián López, noté una fina línea de sonrisa justiciera. De inmediato recordé cuando, días atrás, nos había comentado los sinsabores del amor de su hija Camila con el ya desaparecido escritor. Ahí también, en ese momento, dijo algo así como: y ésta qué sabrá de desdichas.
Miré de soslayo a Severiano y le observé estupefacto. Uf, no sé.
También me sonó inverosímil en aquel instante el modo y manera de gestionar la información. Aquella vez, la última, además, algo intuí de satisfacción en sus comentarios. Me olió raro. No sé yo si Elisa está hecha de cristal puro.
¿Se me estará yendo la cabeza? ¿Y si hubiera algo más entre madre e hija? Como tenía asumido desde siempre mi incompetencia para entender y comprender a las mujeres, aparqué de inmediato el asunto y me dediqué a lo mío.
Ese día me fui contento para casa. Todo parecía indicar que el empujón que le habíamos dado al proyecto, elaborar una biografía que tenía pendiente el finado Julián López, nos permitiría aproximarnos al mundo de las editoriales, darnos a conocer y por ende, a una posible publicación de nuestra obra.
Me centré con especial interés en los inicios de escolarización de nuestro personaje. Existe una creencia en considerar los tres primeros años de vida como determinantes. Ahí, a tan tierna infancia, no había pensado llegar ni cría que en las hemerotecas de la provincia de La Coruña, me pudieran ofrecer alguna pista sobre la que poder trabajar.
De las notas que me pasó la coordinadora, al parecer extraídas de un fichero de voz que el propio Julián López llevó al taller de novela, se trataba de una entrevista con el mismísimo Gonzalo Martín García, solo me interesó su paso por el seminario conciliar de santa Catalina, en la diócesis de Mondoñedo-Ferrol.
Despertó mi curiosidad porque conozco un poco ese mundo y porque estoy muy sensibilizado en la educación.
Una circunstancia me confundió en mi habitual estado de complacencia jubilar. Sucedió en una de las sesiones del taller a finales de enero. Un tal comisario Melgarejo vino a conocernos. Al parecer estaba investigando la desaparición y muerte de Julián López y, a través de la novia del supuesto huido difunto, llegó a saber todo el lío del encargo que le había hecho la editorial y de cómo, nosotros, habíamos aceptado hacer ese trabajo.
Si bien es verdad que nuestra compañera Elisa había comentado que, su hija Camila, se había visto con el comisario, yo, al menos, no había dado mayor amplitud al asunto. Y como no esperaba, que en la mente del comisario, cupiera la posibilidad de relacionar los motivos de la muerte del prófugo extinto con la asignación al taller de “Escribas Reunidos”de la biografía de Gonzalo Martín García, me desconcertó, hasta el punto de cuestionarme si merecía la pena seguir en el proyecto.
El venir a vernos se planteó como una mera cortesía. Él solo quería conocernos en persona, conocer un poco las características de un taller de escritura y supongo que observar nuestro comportamiento ante su presencia por si algo le llamara la atención.
Lo gracioso del asunto es que se despidió agradeciéndonos nuestra amabilidad y comentando que debíamos entender los trámites de la investigación, que nos olvidáramos de su visita y que cabía la posibilidad, muy remota según manifestó, de que nos volviéramos a ver.
¡Cómo olvidar a Melgarejo! Me recordó las películas de Torrente, qué bárbaro, todo lleno de tic, en el habla, en el atuendo, en el comportamiento… El típico comisario lleno de tópicos al que solo le faltaba una cicatriz en la cara.
Durante unos diez días tuve la sensación de estar cazando moscas, de haberme metido en un asunto sin la suficiente motivación, de que, incluso, me apestaba algo mal. Mi cabeza llegó a concebir la profesión de escritor como una de las de más alto riesgo. Ya solo faltaba que nos estuviéramos metiendo en la boca del lobo, que nos hubiéramos convertido en conejillos de Indias o que Elisa Cueto, nuestra compañera mexicana, poseyera dones malignos para manipularnos a su antojo.
El impulso final llegó de la mano de Monique Dubois. Estábamos tomando una cerveza en el bar de Sonia, “la chinita”, cuando se destapó con una sarta de reproches hacia nuestro colectivo de escribas: que si éramos todos unos vagos, que si aquello nos lo estábamos tomando a broma y que si parecíamos unos indigentes, en el sentido de que nos pasamos los talleres pidiendo que sean otros los que se sometan a la crítica general.
Como no le faltaba razón en todo ello, decidí, por mi parte, engullir el sapo con otra cerveza.
—¿Cuánto tiempo llevas sin leer, Pepe?
—Pues no lo sé, Felipe. Estoy desmotivado, no se me ocurre nada. Me reafirmo en mi tesis de lo difícil que es escribir una mala novela.
—Hay que sacar los papeles del cajón. Siempre adelante. Ya vendrán las musas —le dije. Y luego de dar un sorbo a la cerveza, rematé—: yo el taller no lo dejo por nada del mundo.
—Ahora que has dicho eso recuerdo cuando Arantxa nos decía que era todo un lujo tener a diez compañeros opinando sobre nuestra novela.
—Y qué verdad es —dije.
Allí anduvimos todos, aquel día, buscando trochas para justificarnos con el generalizado fracaso; que si viajes, teatros y hortalizas, por un lado; trabajo, falta de inspiración o de cuarto propio, por otro; y los también problemas familiares, obras en casa o tengo el ordenador roto…
Sonia, “la chinita”, nos miraba poniendo cara de póker y, sin embargo, funcionó el conciliábulo que seguro se había preparado Monique Dubois para motivarnos.
La verdad, aunque amarga, se traga y así fue en mi caso. Me dispuse a no desentonar, retándome a mí mismo con cumplir unos plazos que, a priori, me parecieron suficientes, aunque para ello se quedaran sin regar los tomates de mi huerto.
Me vino de perillas que me invitara un amigo a la boda de su hijo, en El Ferrol, ésta es la mía —me dije— para rastrear algo.
Con unos días por delante y otros por detrás, encadené poco más de una semana, tiempo suficiente para conocer el entorno, picotear alguna hemeroteca para familiarizarme en los hechos mas significativos de la provincia de La Coruña e intentar, por supuesto, alguna entrevista con gente próxima a la familia, vecinos del barrio o compañeros de andanzas.
Aceptaba, de partida, que cualquier información, circunstancia o detalle me podría valer para construirme el tipo de persona sobre el que habría de escribir. Estaba dispuesto a descubrirlo yo, por mí mismo, para no aceptar las versiones oficiales como si fueran palabra de Dios. El fichero de audio estaba bien y yo quería contrastar y verificar in situ los datos.
—Buenas tardes. Tengo hecha una reserva para una habitación doble.
—Me dice su nombre, por favor.
—Felipe Sansegundo Estebaranz.
—Sí. Así es. Aquí está. Le confirmo las fechas: entrada el día…
Me desembaracé de las cosas que llevaba y abrí un poco el balcón de la habitación, me pareció poseída por un olor a cerrado, mitad naftalina mitad humedad. Acto seguido decidí salir a pasear por Ferrol, hacer una primera toma de contacto y a ser posible, visitar la iglesia en donde se celebraría la boda.
Bajé las escaleras andando, estaba hospedado en el tercer piso, y me encontré en el hall del hostal con el señor que me atendió en la recepción y que, al parecer, también era el dueño.
—Me permite que le haga una pregunta.
—Usted dirá.
—Ando buscando a una familia, a los ascendientes de Gonzalo Martín García, el presidente de Dineria Bank, ya sabe, ese señor que ahora sale en la tele con los políticos.
—Yo de Ferrol poco puedo contarle, solo llevo aquí seis años. No obstante le diré, voy a comprar todos los días el periódico al kiosco de la plaza y la señora que lo atiende me consta que es de aquí, de las de toda la vida. Dígala que le he mandado yo.
Sería media tarde y en Madrid, casi seguro, ya abrían encendido las farolas de las calles. Me acerqué hasta a plaza para comprobar la ubicación del kiosco de prensa y sí, allí estaba, formaba parte de uno de los laterales, detrás del concello, en la calle del Sol. Ya sabemos que en los pueblos todo es aproximado. Lamenté que estuviera cerrado y me fui a buscar la parroquia castrense de san Francisco.
En mi propósito de no perder el tiempo, al día siguiente me fui a comprar El País y como no podía ser de otra manera, empecé con el típico comentario de lo fresquita que estaba la mañana. Pronto le solicité a la vendedora su amabilidad para que me contara algo sobre la familia que andaba buscando.
Cuál no sería mi sorpresa cuando me dijo que, por supuesto, les conocía y que los padres habían hecho cada uno su vida, guardando las apariencias, eso sí. Y que a voluntad de la madre enviaron a su hijo Gonzalo a estudiar al seminario. Que luego, se había comentado, por el barrio, que no quería por modelo para su descendiente a un padre maltratador.
—Y del seminario, ¿se ha oído algo por aquí?
—Poca cosa, tenga en cuenta que está a casi cien kilómetros.
—¿Conoce a alguien que me pudiera decir cómo vivían los chicos?, ¿si llevaban sotana?, no sé, si les dejaban salir a pasear por el pueblo, esas cosas…
—Vaya usted a comer pulpo al bar O Porriño, en Mondoñedo, y pregunte por Jacinta, es la dueña. Fue cocinera en el seminario toda su vida y que le cuente, que le cuente, que ya verá.
El coche de línea me llevó a primera hora de la mañana, estuve fisgando por el edificio de los curas, intenté que el portero me informara de algo y sí, a la hora del aperitivo y me fui a comer pulpo. No habían pasado cinco minutos de mi charla con la dueña y entendí, a la perfección, la causa de enviarme a ese lugar tan concreto.
Vale, sí, —me dije— la información que tengo puede perfilar, un tanto más, la personalidad de nuestro héroe; no obstante, que le dieran por el culo en su adolescencia, si es que cupiera esa posibilidad, no justificaba, para nada, que él pudiera hacer lo mismo con todo bicho viviente. Con los empleados en el banco, con el servicio en su casa, con los amigos en el golf… La camarada Escarlata estudiaría los datos profesionales del biografiado ya que es quien mejor conoce el mundo laboral.
Desde la perspectiva técnica de escritor, y digamos que hoy me apetece jugar a serlo, solo debemos escribir aquello en lo que creemos decir la verdad. Y en el supuesto pacto que celebramos con nuestros lectores va implícito que yo no miento luego, mi versión de los hechos acaecidos en el seminario, durante las décadas de los sesenta y setenta, debía ajustarse a mis hallazgos.
Cosa distinta es el punto de vista que adopten cada uno de mis compañeros del taller. A este respecto no pienso escarbar lo más mínimo para no herir susceptibilidades. Yo, a lo mío, y a esperar el visto bueno de Monique Dubois, la coordinadora del grupo de aspirantes a novelistas que, la verdad, con ese acento que tiene y la pronunciación que hace de la letra “r”, muchas veces no me entero si me ha dicho que vale lo que he escrito o, por el contrario, que me cante otra y vuelva usted mañana.
Por cierto, en el taller de ayer, doce de marzo de dos mil diecinueve, Escarlata traía un jersey precioso, morado nazareno azul casi negro que, mirarlo, era como ver los doce mares. Yo diría que se esconde debajo de su ropa, como si pensara que mientras nos ocupamos del atuendo, a ella le dejamos en paz. No tengo ni idea de su vida, se ensimisma dibujando esferas en una hoja en blanco y cuando le toca intervenir, siempre le faltan conocimientos anteriores para emitir un juicio. Digamos que le gusta dejar las cosas pasar, solo se implica con el feminismo, la izquierda y los sindicatos, que ya es bastante para los tiempos que corren.
Hoy, Severiano, ha propuesto leer sus textos en el taller para compartir sus hallazgos y encontrar discrepancias si es que las hubiere. Elisa lleva tiempo sin venir, ya le vale, nuestro enlace con el editor, missing, como si se la hubiera tragado el golfo de México. Supongo que todos estamos a lo nuestro y si hubiera modificaciones contractuales nos las haría llegar a la máxima urgencia. Aunque no me fio. Se despista mucho, siempre llega tarde, como si se equivocara de autobús, puede que tenga más líos en la cabeza de los que le caben. Por fin llegó, tarde, eso sí.
En la sesión de trabajo del día 26, la coordinadora del taller, Monique Dubois, quiso poner en común los progresos que, todos y cada uno de nosotros, habíamos dado en la parte de nuestra responsabilidad.
Aquí fue donde me enteré de los avances de los colegas y bueno, de más cosas. Consideré que Adventia, se había vuelto a dejar llevar por su candor naturalista y, más que presentarnos a un triunfador, me pareció que nos había descrito un gladiolo silvestre.
Faustino, se debía haber obsesionado con la telegrafía. Está bien, menos es más, ahora que, llega a unos extremos en donde pone a prueba nuestra capacidad interpretativa. Hay ocasiones en las que podría afirmar que el silbo canario es más explícito.
Fernando, había descubierto asuntos un tanto turbios, que no me atrevo a calificar y claro, eso, ¿hay que ponerlo en manos de la policía? ¿Tenemos los escritores el deber de guardar el secreto de confesión como hacen abogados, psicólogos, sacerdotes? No lo sé, creo que se ha podido meter en un buen lío.
De los demás no quiero ni acordarme, no sea que me muerda la boca y me envenene, porque todo ello es fruto de la envidia que los tengo. Envidia profesional ¡eh!, que yo no practico otra.
Trabajar en la construcción de la biografía de Gonzalo Martín García con mis compañeros del taller de novela me alteraba un poco los nervios. Sé, de antemano, que todos tenemos un sello personal, una forma característica de hablar y de escribir, sí, eso está bien, el problema viene cuando estableces un orden de prevalencia.
Noté en el ambiente que mis escritos no habían gozado de la satisfacción general y más aun, por el gesto de alguna cara, la de Escarlata, por ejemplo, abriendo los ojos como un ternero y llevándose las dos manos abiertas a la boca para sujetarse la cabeza que bamboleaba de un lado para otro, podría afirmarse que, de poder hacerlo, hubiera arrojado todos mis papeles a la basura.
En fin, que para apañarme un poco en esta vida, tengo establecido, entre otros, un principio director que me ayuda a tirar para adelante, y este consiste en arrimar el hombro. Tanto es así que, no me importa perder, porque si hay que perder se pierde, como dicen las letras de muchos boleros, lo importante es compartir, lo demás, no vale para nada.
Hoy, 2 de abril, la mierda de primavera que tenemos me ayudará a poner en claro algunos apuntes que he ido recogiendo. Noto una cierta ansiedad paralizante que debo combatir para no caer en lo que algunos llaman depresión, que me lleva a un tipo de trastorno bipolar a través del cual lo veo todo negro, siento que lo que hago es feo y que no vale para nada, y claro, con estos ánimos, cualquiera se pone a colocar palabras en el puzle.
No será para tanto —me digo. Y acto seguido empiezo, lanzado sobremanera, a contar toda la historia que fui recopilando por las tierras gallegas.
En varias entrevistas que realicé con la kiosquera, con el dueño del hostal y también, con Amparo, la persona que atendía una pequeña biblioteca municipal, todos coincidieron en afirmarme que, de los chavales que pasaban por el seminario de Mondoñedo, muchos acababan la carrera eclesiástica o bien otra cualquiera, que salían imbuidos en la disciplina del estudio y del trabajo.
Creo que lo más clarividente me vino, en una de esas noches que paso de insomnio, cuando recordé el pequeño momento de conversación que tuve con el director del banco Pastor.
—Y ahora, después de tantos años, usted no quiere hablar del seminario, de…
—Mire: todos hemos atravesado por la aventura de la vida y aquí estamos.
—Sí. Es cierto. Solo que parece que el derecho de reparación está incompleto, si hubo abusos...
—¿Abusos? Todos los días cometemos abusos. Yo mismo, aquí, en el banco.
Los escasos diez minutos que me concedió no dieron para mucho más. El hombre, que encontré muy mayor, la verdad, con pelo blanco, camisa blanca, tez blanca, parecía la transfiguración de un hostia consagrada, no dada lugar a dudas. Su verdad era que aquello, lo que fuera, ya pasó, y como si de un superviviente de guerra se tratara, ya no quería hablar del pasado. Aceptaba los hechos y punto. Llegué a él por indicación de Amparo que me informó le constaba, por haberlo oído decir en casa de sus padres, que el director de la sucursal, de pequeño, también estuvo con los curas.
Una suave migraña apenas me dejaba sopesar el deseo de todo bicho viviente por encontrar su territorio en este mundo. Esclarecí que en aquellos años cincuenta y sesenta los internados fueron algo así como campos de batalla, cárceles de menores, jaulas con pajarillos en pelo malo, en donde los instructores cometieron todo tipo de abusos con los internos y allí, Gonzalo Martín García, como uno más, tuvo que sobrevivir.
Pensando en mi trabajo de equipo, para la elaboración definitiva de mi parte, tendría que dedicar unas páginas a constatar la atmósfera de los seminarios diocesanos conciliares. Descubrí que en la educación del menor no solo influyen los contenidos, si no que también, la indefensión y el abandono de la familia en esos centros, hacían forjarse, a su manera, personajes resucitados de lo más variopinto.
Lo tenía más o menos claro. Mi protagonista había llegado al cenit gracias a unos antecedentes que, en su parte tenebrosa, me iba a resultar difícil entrar. Por un lado, chocaba con el oscurantismo de la Iglesia, y por otro, con el de las víctimas, con su necesidad de dejar atrás, encerradas en un baúl, las vivencias negativas de su internado.
En mi mundo personal y más en concreto, en mi apariencia de novicio de escritor, empecé a notar el placer de encerrarme en mi cuarto, de adoptar esa forma de vivir a través de los demás, transmutándome en pájaro, en lagarto o en el Tío Benito, por poner un ejemplo.
Y ahora, desde que me he comprometido con este sagrado encargo de escribir la biografía del presidente de Dineria Bank, cuando miro a mis compañeros de taller de novela, quiero ver a otros sujetos que les pasa lo mismo que a mí y de inmediato me pregunto: ¿estarán en su sano juicio?, ¿sabrán separar su yo de los personajes que crean?, ¿poseerán la misma fuerza que yo para transformarse en otro?
Tanta perplejidad me abruma porque, de ser cierto todo lo que pienso, estoy rodeado de un atajo de chiflados que, según los zapatos que se pongan para salir de casa, pueden ser cualquier cosa en este mundo. Tendré que andar con cuidado. Compartir el trabajo con ellos, en esta casa de locos, llamémosle taller de novela, es todo un peligro y también, por qué no, un lujo.
Y fue en una de esas comidas de trabajo, días previos a la Semana Santa, donde se templaron los cuchillos. Estábamos en el bar, comiendo una sardinilla mientras reposaba la cerveza, y todo parecía fluir cual río sembrado de presas, apacible. Aquel miércoles, en el menú que nos ofreció el marido de Sandra, “la chinita”, había una opción que sobresalía por encima de todas las demás: el cocido. Y sin desmerecer al cocinero, creo que es bereber, pienso que no culmina los platos al gusto occidental porque, sí he notado, en varias ocasiones, que la materia prima es de calidad.
Sería por el efecto del vino, los que bebemos alcohol, y por el contagio, los que comen con agua, durante la pitanza todos queríamos hablar de lo nuestro, dejando un pequeño hueco para que, la novela conjunta, no se quebrantase. En todo ello, Monique Dubois, la coordinadora, enredaba con una carta exclusiva: su ausencia de maldad. Tanto es así, que te debilita y sigues apoyando el proyecto común.
—Ay, pues he traído una botellita de México.
—Qué detalle más bueno has tenido, Elisa. ¿Es tequila? —preguntó Faustino desde el otro lado de la mesa.
—Claro. Pues no más… Esta marca dicen que es muy buena. A ver qué les parece.
—¿Herradura? No la conozco. Ahora mismo pido unos vasos de chupito y celebramos tu regalo —dijo Pepe.
Ya de vuelta a casa, en el autobús de la línea 56, el efecto del tequila me trajo las imágenes extrañas de Elisa cuando nos comunicó la aparición del cadáver de Julián López y también, aquella otra, donde nos glosó los desamores de su hija Camila.
A esos recuerdos habría que sumar la escena de hoy, cuando brindábamos, yo indicaría que lo hacía por haberse desembarazado de algún problema. Al levantar el vasito para chocarlo con los demás achinaba los ojos como queriendo ver el más allá. E incluso testificaría que leí en sus labios un “¡jódete, cabrón!” Cuando se acercó el chupito a la boca.
Aunque una cosa estaba clara: el que tenía un problema era yo por mi incompetencia para comprender a las mujeres.
CAPÍTULO 2-
MELGAREJO¿Qué?... ¡Anda la hostia! ¿Que apareció Julián López fiambre?... No me extraña, si es que tanto tiempo desaparecido no era normal… ¿Dónde estáis?... ¿En un barranco de Guadarrama has dicho?... ¡Ah, sí, vale! ¿Habéis llamado al juez de guardia?… Pues a ver si llego yo antes que él y echo un vistazo antes del levantamiento del cadáver… Vale, salgo para allá a toda leche. Nos vemos en un rato.
Como dice la canción “La vida te da sorpresas… sorpresas te da la vida”.
¡Joder! ¡Menudo marrón me ha caído! Si es que ya era demasiado tiempo desde que había desaparecido el pollo este sin que nadie supiera de él. Si es que estos casos de esfumarse sin dejar rastro y sin motivo aparente huelen a difunto ¡Me cago en san Periquitín del Cerro! ¡Si es que llevo un tiempo que estoy gafado! ¡Si es que parece que desde que empezamos con el asunto de la biografía del Único, me ha caído encima la ley de Murphy! ¡Si es que este asunto ha ido de mal en peor! ¡Me cago en su p…!
Pues sí. Ahí está tendido Julián López, en chándal, que parece que estuviera corriendo la maratón y se hubiera despeñado por el barranco. Le ha quedado un rictus de susto y los pelos de punta, como si en el momento de perder pie se hubiera dado cuenta que la caída era inevitable y mortal de necesidad. Desde luego, si es un asesinato como parece, ha debido de ser obra de un profesional. Ni casquillos de bala, ni huellas dactilares, ni una miserable colilla se ha dejado en el lugar donde apareció el cadáver. Y el chándal del finado, limpio: ni móvil, ni llaves, ni documento alguno, ni siquiera calderilla. La Científica no ha encontrado nada por mucho que ha rebuscado.
¡Vale! ¡Cojonudo! Lo de la autopsia estaba cantado: muerte violenta causada por asfixia. O sea que se lo cargaron y luego se fueron ex profeso a deshacerse del cadáver con el chándal puesto hasta un lugar recóndito. Quizá para que pareciese una muerte natural: un ataque fulminante al corazón mientras hacía jogging por un paraje de la sierra. Sí, claro, ¿pero cómo llegó hasta aquí?
¡Habrase visto! ¡Vaya revuelo que se ha montado! ¡Y esto no ha hecho más que empezar!
Cuando voy a ver al Único a su despacho del Banco para hablarle de los pormenores del caso, pienso en que me lo voy a encontrar hecho un basilisco, que me va a caer un chorreo de esos de echar sapos y culebras por la boca, que se va a subir por las paredes del cabreo. Pues nada de eso. Lo encuentro pálido y ojeroso, incluso diría que compungido, como si el finado Julián López hubiese sido en vida una figura clave de su organigrama.
Estamos sentados en el tresillo donde atiende a las visitas top. De pronto, se inclina hacia mí, acortando la distancia, y me dice en voz baja, entre misterioso y fúnebre:
Melgarejo, esto es un aviso.
¿Cómo un aviso? ¿De qué? ¿Para quién?
¡Coño!... ¡Está claro!... ¡Para mí!
¿Para usted? No lo entiendo. ¿Tiene usted enemigos personales que lleguen a eso?
Enemigos sabe usted que no faltan cuando se sienta uno aquí. Pero aunque sea posible que más de una vez alguno se lo haya pensado, no es eso lo que me inquieta. Me estoy refiriendo a algo más sutil.
¿Algo más sutil? ¿Cómo qué?
Le veo que mira de un lado al otro, luego al techo, se inclina hacia mí y con una voz apenas audible, me dice:
Es un aviso de las cloacas del Estado al banquero que quiere meterse a político.
Tengo que reconocer que no había pensado en esa posibilidad. Para mí, las cloacas del Estado, se refiera a lo que se refiera, son una parte de la Gran Cloaca que es el Sistema en el que estamos todos metidos, incluido él. Hay cloacas policiales, cloacas bancarias, cloacas judiciales, en los servicios de inteligencia, tramas empresariales… Pero eso no se lo digo. Le digo, en cambio, que está bien observado, que es una opción a contemplar, y que me ocuparé de ello. Como a mí no me consta que los de Vigilancia Patriótica estuvieran metiendo sus zarpas en este asunto, llego a la conclusión de que el asesinato de Julián García ha convertido a Don Gonzalo en un paranoico. Quiero decir que, por si no lo era poco ya, se le presenta un nuevo motivo para reforzar su manía persecutoria.
No me falta más que me despierte un día con la cabeza de un cerdo metida en la cama y chorreando sangre, me dice el Único que en horas bajas reacciona con el acojone de todo hijo de vecino.
Pues ya ve, yo me inclinaría más por el crimen pasional. Creo que nuestro hombre no le hacía ascos a ninguna señorita o señora que se le pusiera por delante, y eso implica pisar muchos callos. Y no todo el mundo se lo toma deportivamente, y le guiño, avieso, el ojo.
Ojalá fuera ese el móvil, Melgarejo, cualquier cosa que no tenga ramificaciones políticas.
Sé que es muy humano tratar de taparse. A nadie le gusta quedar con el culo al aire. Intento tranquilizarle en lo posible por el método de parecer eficaz y soltar un discurso lleno de vaguedades, como hacen los políticos:
Indagaré esa posibilidad que veo le inquieta sobremanera, pero también a Julián López y su entorno de relaciones: amigos, mujeres y, claro está, todo lo que tiene que ver con el libro que estaba escribiendo sobre su biografía, el editor, algunos colaboradores que le echaban una mano… En cuatro días habremos desvelado el móvil y trincado al autor de este execrable crimen.
Cuando nos despedimos parece reconfortado. No hay nada como decirle a un superior lo que él quiere oír. Es como un bálsamo con el que se frota su ego, y eso es santo remedio.
Me he pasado por el tanatorio de San Isidro, más que a dar el pésame a la familia (que ni siquiera tenía el gusto de conocer), a ver otra vez al bombón de Camila y de paso otear quién anda por aquí y ver si pillo algo por los corrillos.
Delante de la sala 17, hay un tropel de gente que llega hasta el pasillo. En uno de los grupos me encuentro al editor, Daniel Burgos, rodeado de lo que me imagino es una corte de escritores de su cuadra y colegas del finado. A Daniel Burgos lo había conocido el verano pasado en Marbella, en la fiesta que dio el Único con motivo del encargo de su biografía. Luego le vi un par de veces más y desde el principio me pareció un personaje de los que no es fácil saber de qué pie cojean, de los que no dan nunca el caliente, escurridizo como una anguila. Es un hombre maduro, de apariencia impecable, pelo entrecano y barba recortada con esmero, simpático y locuaz, de estos que te dan palmadas en el hombro para que te enteres bien de lo que dice. Cuando llego a un paso de ellos, me ve y me hace una seña con la mano. Me acerco a saludarle.
No es ésta la mejor ocasión para encontrarse, dijo él, sonriente, después del saludo formal.
Y lo peor es que no será la única con este asunto de por medio, le solté y se le quedó congelado el esbozo de sonrisa.
Pero, ¿cómo pudo ocurrir algo así? ¿Se sabe algo? ¿Hay alguna pista a seguir?, preguntó muy concernido por el caso.
Pues, ahora mismo, lo único que la Científica tiene claro es lo que dice la autopsia: que ha sido un homicidio. Alguien lo secuestró y lo asfixió.
Pero, ¿y quién pudo haber hecho semejante barbaridad?
Pues cualquiera de su entorno: usted, yo…
Veo cómo se le tensan las facciones de la cara. Este pájaro algo sabe o intuye. Le aflojo un poco la presión:
Vamos a ver. Entiéndame. Es una forma de hablar. Estamos iniciando el caso. Todavía no hay pistas que nos lleven a un móvil o a un posible autor material. Sólo pequeños indicios…
Pues quedamos a su disposición para lo que necesite, me dice aparentemente sumiso.
Me despido del grupo y entro en la sala a contemplar duelos fingidos y lágrimas de cocodrilo. En este país, cuando te mueres, pasas a ser una bellísima persona que socorría a los pobres y paseaba ancianitos, y todo el mundo lamenta tu muerte. ¡Pero que no se te ocurra resucitar! Si eso ocurriera, pasarías otra vez, sin solución de continuidad, a ser vilipendiado como un Barrabás irredento.
En lo primero que reparo es que hay dos grupos que me da la sensación de que se ignoran entre sí. Adivino, por la pinta rancia que tienen, el de los familiares: la ex, los niños y los que han venido del pueblo por el aspecto y la cara de paletos. En el otro grupo está el objeto de mis deseos, Camila, acompañada de una cohorte de gente joven: las nuevas relaciones, amigos y amigas de ella y del finado me supongo. La excepción a esa exultante juventud es la mujer madura, de buen porte, sentada al lado de Camila, que mira el reloj, esperando a que pase un tiempo prudencial para dar por cumplido el trámite. Aunque ahora que me fijo, esa cara la he visto antes, dónde, dónde, no lo puedo recordar, pero la he visto, a mí no se me despinta una cara. Bueno, ya me acordaré.
Lógicamente, me acerco a dar el pésame a Camila. Cuando se da cuenta de que hay alguien plantado delante de ella, levanta su cabecita y me mira a través de sus gafas oscuras. Como la veo más pallá que pacá, le digo “Camila, soy el inspector Melgarejo, ¿recuerda?”. Entonces ella se pone de pie y yo pongo cara de afectado y le digo “siento mucho lo de Julián, Camila, de verdad”, y aprovecho para lanzarme a darle dos besos, lo más cerca posible de esos labios carnosos, y estrecharla tiernamente contra mi pecho mientras ella musita “gracias, gracias”, Cuando me separo, da unos leves hipidos, pero se recupera pronto y me presenta a la señora que está a su lado.
Mamá, este señor es el inspector don Francisco Melgarejo, que lleva el caso de Julián.
La mamá se pone de pie y yo observo una mujer de buenas hechuras, mediana edad, buen ver y clase en su porte y ademanes.
Elisa Cueto, pronuncia con una voz acariciante como terciopelo, a la vez que estira su brazo y me ofrece el dorso de su mano que yo hago ademán de besar.
Encantado de conocer a la artista que modeló esta obra de arte, y señalo a Camila. Permítanme la ligereza: sólo intento destensar en lo posible el doloroso trance en el que estamos inmersos.
Sí, ya ve usted que la niña está muy afectada, dice en su tono melifluo.
Y Camila comienza a hipar de nuevo, y a sollozar inconteniblemente cuando su mamá trata de consolarla. Tiene un aspecto impecable de Dolorosa. Vestida de luto riguroso: chaqueta de paño negro, abotonada hasta el cuello, falda negra por las rodillas, leotardos y zapatos negros. De repente, siento unas ganas irreprimibles de consolarla de su tristeza. Su mamá me hace un gesto de resignación con la cabeza, pero ya se calma. Entonces le digo a la Elisa Cueto, que yo conozco de nombre por ser la intermediaria entre JotaEle y sus Negros Reunidos:
Señora, en su momento me gustaría mantener una entrevista con usted. Sería de mucha utilidad que me explicase qué tipo de relaciones han tenido los miembros de su taller literario con Julián López y su editor Daniel Burgos. Hay algunas cosas que se me escapan.
Entonces la veo que mira fugazmente hacia la puerta de entrada de la sala. Me vuelvo y diviso en el umbral a Daniel Burgos, que justo termina de hacerle algún gesto o alguna seña que no he podido captar. En ese momento me viene a la cabeza que fue en la fiesta del Único. Vi a Elisa por primera vez, como a Daniel Burgos, en la fiesta de Marbella.
Pues estoy a su disposición, señor Melgarejo. Si le puedo ayudar en algo, cuente con ello, me dice desplegando una ingenuidad tan falsa como sus labios abultados.
Muchas gracias. Ahora tengo que irme. Señora, a sus pies, ya tendrá noticias mías; Camila, el mundo sigue, lo superará más pronto que tarde.
La verdad es que los tanatorios me gustan poco. La de la guadaña, mientras más lejos mejor. Toda una señora esta Elisa Cueto. ¡Estas sudamericanas siempre dando el pego! Y diría yo que no tiene un pelo de tonta, y que el cruce de miradita y gestito con el editor no es del todo inocente. Mira por dónde, esto me puede venir al pelo para la benéfica intención que tengo de consolar a la niña…
¡Vaya, vaya, vaya! Parece que el Único no iba del todo descaminado cuando hablaba del «aviso». Así que el SIN, (el Servicio de Inteligencia Nacional para el que no lo sepa), sospechaba de la operación del Único para dar el salto a la política y alguno de los jefazos decidió que aquello podría afectar a la Seguridad del Estado, así que enviaron a un par de sabuesos a olisquear el asunto. Ya se sabe: teléfonos pichados, micrófonos en el coche, en el domicilio… Pero la cosa no queda aquí, sino que también han entrado en liza los servicios del CON, (Contrainteligencia Operativa Nacional para el que no lo sepa), por si acaso fuera una trama urdida por nuestros seculares enemigos extranjeros, envidiosos de nuestro éxito patrio, siempre al acecho para desestabilizarnos y hundirnos en la miseria. Y la más gorda: que Daniel Burgos y Julián López podían ser los peones a sueldo de estos oscuros intereses para dar el «golpe de timón» y sustituir al legítimo gobierno por uno títere presidido por el Único.
La verdad es que esto suena demencial, pura teoría conspiranoica, pero claro, tal como están las cosas no se puede dejar ningún cabo suelto, y menos mientras al Único no se le quite la paranoia. Si aparece algún indicio, siempre puedo recurrir a los de Vigilancia Patriótica que tienen ojos y oídos en todas partes…
Hoy he visitado a Daniel Burgos en la editorial. Quería indagar sobre la marcha del libro y sus relaciones con los del taller literario. Le he llamado ayer para que estuviera hoy sin falta, a las doce, en su despecho. Ha tenido un conato de refunfuñe: que no le venía bien y estas cosas que se dicen para escaquearse, pero al final le corté toda retirada y se avino. Me reafirmo en la primera sensación que me dio: muy fino, muy educado, muy correcto, pero tiene más conchas que un galápago. Lo primero es que está empeñado en que ese libro se debe publicar sí o sí, y eso parece que son órdenes de arriba, del Único, que a pesar del acojono que tiene, quiere mostrarse firme y aparentar que el asunto de Julián López le resbala. Y luego está la pasta. Piensa vender libros como churros porque esto le hace una publicidad a la biografía que ni te cuento. Tanto que está dispuesto a permitir que lo termine esa panda de los Escribas o Negros Reunidos (o como se llamen), y colocarlo como obra póstuma de Julián López. Además se lo quiere sacar prácticamente por la cara, pagándoles cuatro perras, y en negro, en el mejor de los casos. Así que negocio redondo: va a vender más libros y se ahorra el coste del autor. Al tío le hacían los ojos chiribitas. Y es que aquí todo el mundo quiere dar el pelotazo como sea.
Por otra parte, parece que él sólo reconoce como interlocutora a Elisa Cueto. En ningún momento me habla del resto de los Escribas del taller literario. Que si Elisa Cueto viene a verme todas las semanas para informarme de cómo va el libro, que si queda a comer o a cenar con Elisa para darle instrucciones, que él sólo negocia con Elisa… Y un último detalle que no me pasó desapercibido: al principio la nombraba con mucha formalidad “Elisa Cueto”, luego “Elisa”, y al final, arrastrado por su entusiasmo, va y me dice “es que Eli es una mujer que vale mucho…”. Gato. Sólo le faltó decir que ellos dos solitos se habían montado un contubernio para desfogarse y repartirse el pastel, dejando a dos velas a los compañeros escribas. ¡La muy pájara!
Hoy tiene pinta de que va a llover todo el día. Y hace un frío del carallo. Y yo, en el dique seco. Hoy es el típico día de salir de trabajar, llegar a casa a las cuatro y que la Camila de turno me estuviera esperando en casa con la comida y las zapatillas preparadas, anhelante para que acabe de tomar el café, apague el cigarro, y pegarse una siesta conmigo de tres horas; o ¿por qué no?, empalmar la siesta con la noche y no salir de la cama hasta el día siguiente.
Lo que me preocupa es que esto no avanza. La Científica no ha encontrado nada, los interrogatorios de sospechosos no acaban de aportar una pista fiable, las pesquisas, visitas de domicilios, documentación incautada, la mierda de ordenador que había en el despacho. Nada. No hemos encontrado ni el portátil ni el móvil de JotaEle, y sin eso es imposible seguir el rastro de las personas con las que contactó los días previos ni sus movimientos. Estoy igual que Hércules Poirot ochenta años atrás: sólo me puedo fiar de mi inteligencia, mi intuición y de mi método deductivo favorito: piensa mal y acertarás. Primera regla que nos lleva al primer descarte: si el crimen parece perfecto, el autor es algún particular que le quería mal; si es una chapuza, entonces está claro que es la seguridad del Estado.
Pero hoy no toca investigación oficial, hoy toca la paralela, vamos a dar un recadito a la mamá. Tengo citada, aquí en mi despacho, a Elisa Cueto. Debe de estar a punto de llegar. Mucho decir “estoy a su disposición señor Melgarejo”, pero cuando hablé con ella no había forma de cuadrar la cita, de tantas ocupaciones y compromisos que tenía en la agenda. Se ve que a la arpía le gusta dar la imagen de persona importante. Bueno, ahí está.
¡Buenos días! Bueno, es un decir… Adelante, tome asiento, me deshago en cortesías.
Disculpe usted la tardanza, señor Melgarejo, pero es que hace un día infernal.
Viene vestida con discreción, en tonos oscuros. Algo así como de medio luto y “arreglá pero informal”. Y más seria que un palo.
No me imaginaba que el duelo le alcanzara a usted más allá de los oficios dedicados al difunto, le señalo.
No, no es por el duelo. Creo que este estilo de vestir y estos tonos van mejor con mi personalidad. Le tengo que confesar que soy más bien clásica, y se echa una risita maliciosa. A decir verdad, duelo ninguno.
Bueno… Era la pareja de su hija. No es para llevar luto un año, pero se sentirá concernida y apenada por ella.
Pues es lo que le quiero decir, que aparte lo lamentable del hecho, no me da ninguna pena. Yo no estaba de acuerdo con esa relación.
Y eso, ¿por qué?
Pues porque casi le dobla la edad, estuvo casado antes y tiene hijos de ese matrimonio… Y siento decir, aunque no se debe hablar mal de un difunto, que nunca me pareció fiable.
¿Puede precisar más?
Pues que andaba siempre con subterfugios y componendas. Buena prueba de ello es que pretendió que le escribiésemos nosotros la biografía del señor banquero sin que nos quisiese pagar nada y se lo ocultase a su editor.
¿Y a usted no le ofreció nada Julián López?
Qué me va a ofrecer. En mi opinión, no era más que un chulo que pretendía chulearme a mí, a mi hija y a mis compañeros del taller literario.
Ya veo que no le apreciaba mucho.
Por otra parte era simpático, listo, vividor, esas cosas que vuelven locas a las jovencitas; un tipo que las mujeres con experiencia llamamos un encantador de serpientes.
Y, dígame, ¿cómo eran las relaciones de Julián López con su editor?
Pues no muy buenas. Julián era un envidioso y un desagradecido que, tuviera lo que tuviese, vivía siempre por encima de sus posibilidades. Y, claro, nada le alcanzaba.
Intuyo que éste es el momento y me lanzo sin previo aviso.
¿Y cómo son las suyas?
¿Las mías? ¿Con quién?, finge como una bellaca.
Con el editor, con Daniel Burgos.
Baja la mirada a la mesa y se pone a deslizar el dedo corazón de la mano derecha adelante y atrás por la superficie lisa y brillante de la formica, mientras echa balones fuera:
Pues cómo van a ser… Normales. Simplemente hago de puente entre él y los escribas.
¿Le digo una cosa? Sé que usted tiene…digamos una relación personal de amistad con Daniel Burgos.
Y entonces, la mamá se queda cortada de repente y se le arrugan los mofletes, los párpados lisos y los labios abultados. Sus mejillas levemente morenas y saludables viran a un pálido amarillento en segundos.
Eso no viene al caso, dice mirándome a los ojos desafiante.
Verá como sí, le respondo firme para que vea que tengo la sartén por el mango. En su momento interrogaré a Camila y, claro, puede que esto salga a relucir. Yo no quisiera, pero el curso de las averiguaciones nunca se sabe. Y sé que a usted no le haría ninguna gracia…
Le pido por favor que no mezcle la investigación del crimen de Julián López con mi vida privada.
Hágase a la idea de que ya están mezcladas. No obstante, yo puedo silenciar la parte digamos personal, mientras ello no afecte a la investigación de los hechos. Sólo le pido una cosa a cambio…
De repente ha enmudecido. Me mira como si no diera crédito a lo que está oyendo. O quizá es una pose. Con estos extranjeros nunca se sabe. Lo mejor es ser contundente. Ir por derecho y cortar por lo sano.
Mire usted, señora. Se lo digo de una forma clara y concisa: me he enamorado de su hija Camila, (no, no diga nada, déjeme terminar), desde el día que la conocí en el piso de Julián, cuando denunció su desaparición. No sé si yo seré su tipo (me refiero a lo que usted opina de mí), pero fiable soy todo lo fiable que pueda ser un policía… Quisiera conocer a Camila más a fondo, ¿me entiende?, y que ella me conozca a mí. No hay nada malo en ello. Sé que pasa por un momento difícil y que hay que proceder con mucho tacto, (eso es, tacto es lo que se necesita); de paso, le podría servir de consuelo y ayudarla a que olvide pronto este episodio tan desagradable.
Sigue muda y mirándome con unos ojos tan abiertos como si le estuviera contando las cincuenta sombras de Grey.
El día que interrogue a Camila, continúo, me gustaría aprovechar la ocasión para invitarla a comer, o a cenar si el interrogatorio es por la tarde. Se trataría de un primer paso para hablar en un ambiente más distendido y personal. Y es en este punto donde solicito su concurso: le agradecería que, para animarla, la dijera usted de mi parte que quiero comentarle off the record ciertas revelaciones sobre el caso, y por eso es importante que comamos juntos. Usted me ayuda a mí y yo le ayudo a usted.
Me mira con su cara artificial de desprecio, al borde de perder los estribos.
Desde luego será usted todo lo fiable que pueda ser un policía, que por lo visto no es mucho, pero sobre todo es usted un pinche hijo de la gran chingada.
¿Un qué?
Mejor que no se entere… ¿Me puedo ir ya?
Tiene usted mi permiso, señora. ¡Ah! Y recuerde lo que le he dicho para bien de los dos.
Hoy, miércoles, teniendo en cuenta que según mencionó Elisa Cueto es el día en que se reúnen los esbirros del taller literario en la biblioteca Elena Fortún, he decidido pasarme por allí a conocerlos en su salsa.
Estoy haciendo tiempo en un bar que hay aquí en la esquina, apartado del mundanal ruido de esta calle estrepitosa que es Doctor Esquerdo. Para empezar me doy de cara con una chinita que atiende la barra, pero en el expositor en vez de haber arroz tres delicias o cerdo agridulce, hay torreznos, chorizo y una hermosa tortilla de patata todavía humeante. De repente me apetece tomarme un pincho de tortilla con la caña. Pruebo la tortilla y está jugosa, con su cebollita y sus patatas en su punto, bien envuelto todo con unos huevos bien batidos… Una delicia. Y me pregunto si es que los chinos, además de fabricar de todo y más barato, ya hacen la tortilla mejor que nosotros.
¿Has hecho tú la tortilla?, me dirijo a la chinita para darle palique, que no hay nadie en la barra y la veo aburrida.
No. Hace el cocinelo.
Pues lo hace muy bien. ¿También es chino?
No, no, es maloquí.
Y ella lo llama, y entonces, por la puerta batiente de la cocina, asoma la cabeza Mojamé, hablando un español cheli como si fuera de Lavapiés. Me cuenta que hace de todo. Ahora está preparando cocido, que es el plato del día de hoy, y que si quiero quedarme a comer me voy a chupar los dedos. Le digo que no puedo y él me responde que yo me lo pierdo.
Desde luego, estos extranjeros cada día son más descarados y ya no se conforman con ser camareros, quieren ser chefs y quedarse con los negocios de los nacionales. ¡Como no venga pronto una mano dura y pare esto…! Le pregunto a la chinita (se me ha ocurrido: de ahora en adelante le voy a llamar “Lichis”), pues eso, le pregunto a Lichis si conoce a los del taller literario de la biblioteca (sé que vienen a tomarse las cañas aquí y a comer una vez al mes), y me dice que claro, que sí. “Son muy simpáticos y caliñosos y siemple me dejan una plopina”, me dice, a ver si me animo.
Para no ser menos y por si alguna vez la necesito, le pago la consumición y le dejo un euro entero de propina. Saliendo del bar, todavía me da tiempo a oír “glacias, señol”.
Me cuesta más de diez minutos de preguntar arriba, bajar escaleras, encontrar la puerta mencionada, seguir pasillos, atravesar una enorme sala de estudio, volver a preguntar, hasta que encuentro el cuchitril recóndito que es donde celebran estos prendas sus reuniones.
Me encuentro a la plantilla al completo. Me entero de que no todos escriben la biografía de don Gonzalo. Algunos no lo vieron claro desde el principio; otros se bajaron del carro en el último momento. Elisa Cueto, muy seria y muy correcta, me presenta a unos y a otros. Como son tantos, trato de memorizar y fijarme en los que están metidos en el proyecto.
A la primera que me presenta es a una mujer francesa, de nombre Monique Dubois. Sabe que eso de ser gabacha, de entrada, me va a mosquear. ¿Extranjeros en este asunto? Raro, raro. ¿Será una espía infiltrada? Además me la presenta con toda pompa y circunstancia, como coordinadora del taller y no sé cuántas funciones más. ¿Habrá que tomarse en serio la teoría de una conspiración patrocinada por potencias extranjeras? La señora en sí parece una mosquita muerta: menuda, con los pelos como si se hubiera acabado de levantar de la cama y cara de despiste. Justo lo que se necesita para el oficio de espía. Aunque parece que lleva muchos años en España, todavía conserva el acento franchute. No me fío un pelo de ella.
El siguiente es un tal Felipe. Le llaman “el sacristán”, pero más bien tiene el aspecto de cura moderno, o de supernumerario del Opus, y yo creo que ejerce de líder espiritual del grupo. Tiene cara de buena persona, quizá para despistar. Un optimista de esos que son en realidad pesimistas mal informados; un jubilado prematuro de esos que se sienten llenos de energía y tiempo libre, y es ahora cuando se meten a realizar esos proyectos utópicos soñados durante años, pero que la vida real ha dejado aparcados sine die: el pueblo, el huerto, el ecologismo, la literatura... Parece que es el que se toma más en serio lo del libro: quiere escribirlo a toda costa. Para no perderlo de vista.
Ahora le toca el turno a Faustino, que me lo presentan como informático de profesión. Este es nuevo, se ha unido a los Escribas al comienzo del curso. Un advenedizo. Mal asunto. ¿Una casualidad? Yo dudo de las casualidades. Es el prototipo de infiltrado. En sí, tiene pinta de joven pulcro y ordenado que se toma las cosas en serio. Habla despacio, con mucha precisión, como si estuviera contando bytes y no quisiera dejarse ninguno. Personaje peligroso donde los haya, porque esto de la informática se presta al hackeo, a las fake news, a tirar la piedra y esconder la mano, a comunicación subrepticia, incluso a que se haya trincado el móvil y el portátil de JotaEle y los esté destripando. Otro que hay que someter a un marcaje férreo.
Por último, no hace falta presentación, saludo a Severiano, viejo conocido al que pasé la cinta grabada que JotaEle tenía en un cajón de su escritorio, preparada para él. Tipo más raro que un perro verde con rayas al bies. Otro nuevo, llegado este curso porque no sabía qué hacer y se aburría en casa, un calculador que se ha uncido al carro a última hora. Tipo rechoncho, calvete y pálido, que parece que no le da la luz del sol, con los ojillos enrojecidos y lacrimosos como si estuviese achispado desde primera hora de la mañana. De éste ya me formé opinión en su momento: un jeta de la vida, especulador y rentista, que hace arte del oficio de vivir sin dar palo al agua. El típico intrigante bilioso que andará hurgando en la vida del Único y Dios sabe qué es lo que estará escribiendo. Éste tiene más peligro por lo que escribe que por lo que pueda hacer.
De entrada, ninguno de ellos tiene la menor idea de quién pudo haber sido el asesino de JotaEle o qué motivos pudo haber para que alguien «se lo hiciera». Noto que les cuesta hablar de lo que investigan y de lo que escriben. Después de alusiones veladas y medias palabras, llego a la conclusión de que están escribiendo dos versiones de la biografía del Único: la que les han encargado, que ellos llaman la «versión rosa», laudatoria del banquero; y la «versión negra», basada en hechos reales, que es el resultado de sus indagaciones en la vida de don Gonzalo. Yo alucino con que el editor esté tan pancho sabiendo esto. ¿Querrá chantajear al Único con ese libelo apócrifo? No sé si los escribas se enteran de la importancia que tiene eso y del riesgo que corren. Quizá haya algún maquiavelo entre ellos que lo quiera utilizar en su momento. No sé. Desde luego, aquí el que no corre, vuela.
Ahora que ya empezaban a hablar, resulta que es la hora de irse. Les propongo seguir el rito de las cervezas en el bar de la chinita Lichis y que yo pago la ronda. Fuera del ambiente oficial y con una cerveza en la mano, se van soltando las lenguas. El primero, Felipe “el sacristán”: resulta que hay evidencias de que, cuando el banquero estuvo en el seminario fue sodomizado por alguna levita; consecuencia: que al estar revolviendo por allí, el estamento eclesiástico puede haberse sentido señalado y quizás le diera por reaccionar con santa indignación contra JotaEle. Es una hipótesis plausible.
Se van animando. Pedimos otra ronda. Lichis nos llena la mesa de tapas de tortilla, pinchitos de sardinillas con pimientos y aceitunas. Le toca el turno a Severiano, que está convencido que es un ajuste de cuentas dentro del ámbito familiar del Único, algo así como un aviso para que se olvide de gastarse la pasta en aventuras políticas que mengüen el forro del riñón de los miembros del clan. ¡Cómo hila éste! Hipótesis sibilina, que el Único desecharía porque tiene a toda la familia colocada y le sobran los millones. Luego me hablan de comidas clandestinas en un restaurante de Aravaca, de tejemanejes informáticos con los datos obtenidos del portátil y el móvil de JotaEle, de papeles encontrados en los cubos de la basura… (completar de una forma más concreta con los indicios e hipótesis de los demás negros).
Me hago cargo de que, como estos escriben ficción, tienen una mente calenturienta. Todos exponen sus indicios, sacan a relucir sus teorías ¿Todos? Todos… menos Elisa Cueto, que desde las presentaciones no se ha dignado abrir la boca como no fuese para decir que quiere una caña o alguna otra formalidad.
Así que no me queda más remedio que sacarle el tema a colación:
Elisa, tengo pendiente la cita con su hija Camila y quisiera “agendarla” para el lunes de la semana que viene. Dígale que la espero en mi despacho a la una del mediodía.
Ay, señor Melgarejo, me temo que va a ser imposible. Camila no se encuentra aquí.
¿Cómo que no se encuentra aquí?
Ay, pues es que como estaba tan deprimida decidió cambiar de aires y volar a México.
¿Me dice que se ha ido a México estando la investigación en curso?
Bueno, el médico le aconsejó que se fuera unos días para ver si se recuperaba allí, en otro ambiente, con sus primas…
¿Quizá necesita que le recuerde lo que hablamos el día de su interrogatorio?
No, señor inspector. Vea que ha sido un caso de fuerza mayor. Fue por su salud, que nos tenía muy preocupados. Pero no se inquiete que en cuanto que esté recuperada volverá.
Pues le doy una semana para que regrese. Si no está aquí el próximo miércoles, pido al juez que expida una orden de búsqueda y captura.
Bueno, no se excite, vamos a ver qué se puede hacer, me responde la muy falsa.
Pues sí: lo veo y no lo creo. Esta es una lagarta de cuidado. «A México a desconectar». ¿Pero de qué va esta tía? ¿Me quiere tomar el pelo? ¿O es que también la Camila está en el ajo y pringada?
Esta disputa algo intempestiva se ve que agria el ambiente en el grupo, y uno tras otro empiezan a levantarse de la mesa. Como si tuvieran prisa se ponen el chaquetón, se despiden con un “hasta la semana que viene” y se largan con viento fresco. Visto lo cual, me voy a la barra a pagar. Me atiende Lichis, muy sonriente y zalamera, me cobra y se lleva dos euros de propina. Cuando me doy la vuelta, ya no queda allí ningún escriba.
CAPÍTULO 2- SEVERIANO
I
¿Qué era el miedo? ¿Por qué afloraba? ¿Servía para algo?
Quieto, desazonado, en medio de un sudor frío permanecí en mi automóvil en un lateral de la plaza de Doctor Laguna, tras la desbandada del Escriba Negro que había dejado su cinta de casete en el salpicadero.
Agazapado en el asiento, sin casi visibilidad me sentí desfallecer. El miedo, silencioso pero tenaz, invadió sentidos, huesos y articulaciones, todo mi ser. La sensación de parálisis se manifestó en la dificultad de pensar e incluso de tomar decisiones, por mínimas que fuesen. Inerme y verdaderamente angustiado terminé por dejar caer los párpados.
Un toque en la ventanilla me sobresalto:
-Está prohibido estacionar aquí. Por favor, aparque bien y saqué ticket- tronó un operario de la ORA. Unas gotas se escaparon muslos abajo.
Asentí agarrotado. Con disimulo miré los retrovisores intentando comprobar que no era vigilado. Por precaución, di varias vueltas a la Plaza, callejeé por el barrio buscando no sabía muy bien qué, y cuándo el cansancio y un cierto mareo afloraron tomé la valiente decisión de volver a casa.
Tragué un par de Lexatim antes de caer exhausto sobre el sillón. Cuando volví en sí, corrí hacía la puerta y eché la cerradura.
Sin alcanzar la lucidez plena, discerní que la nueva situación la marcaba la presunta desaparición de un tal Julián López, al que seguía sin conocer personalmente. Pero, ¿realmente había desaparecido? ¿Cómo verificarlo? Y si no le conocía, ¿cómo buscarle? Y sobre el Escriba Negro, que tiempo después me enteré que atendía por el nombre de Sergio Ginés, ¿era persona de fiar?, ¿por qué había salido pitando?
Algo más entonado, decidí diseñar un Plan de actuación para intentar confirmar que le había sucedido realmente a Julián López. Los pasos, considerando el miedo que me serpenteaba entre la primera y la última vertebra de la columna, serían los siguientes:
1) Contactar con el Negro huido.
2) Si aquel no respondía, preguntar a la coordinadora de guiones. Cuidado: utilizar el móvil o el WhatsApp (por este orden) descartando otras redes sociales y el correo.
3) Si el paso 2 fuese infructuoso, localizar a otro de los Negros Reunidos, empezando por aquel de mayor afinidad. Nota: complicado, apenas los conocía por mi entrada reciente en el grupo.
4) Si no consigo nada respecto en 3, ¿llamar a Melchor Parejo? Observación: miedo me da, aunque en el ruedo de la vida hay que ser valiente.
5) Si este Melchor se mostrase inepto (qué realmente lo es) y no suelta prenda de lo que pasa, ¿debería contactar con la policía y preguntar por Julián? Ojo: que el tal Parejo es un servidor público, por lo que no sé hasta qué punto sería coherente comentar lo mismo a uno de sus compañero. Esto lo tengo qué pensar mejor.
6) Si con la poli no obtengo nada positivo o ni siquiera lo intento, pasar a Google a buscar a Julián López.
7) Si en el buscador no encuentro nada, acercarme a la Biblioteca y preguntar con sumo tacto. PD: Con el canguis que tengo, estoy cómo para ir a ningún sitio a preguntar por un supuesto desaparecido. Ya veremos.
El Plan recogía algunos chascarrillos, fruto de mi intento de balancear la pertinaz sombra de miedo que me atosigaba desde aquella mañana. Esto último me llevó a redactar una serie de medidas de autoprotección, en un intentando de meter miedo al miedo. Aquí las resumo:
a. Evitar salir de casa hasta saber qué ha sido de Julián López.
b. Dar instrucciones al portero para que retuviese cualquier tipo de paquete o correspondencia que fuese para entregar a un servidor en mano.
c. No atender el telefonillo.
d. Cerrar con llave la puerta de casa (hecho).
e. No abrir la puerta a nadie.
f. Atender el móvil solo si la llamada estaba en la lista de contactos.
g. No coger el fijo (por la falta de identificador de llamada entrante).
h. Vigilar los WhatsApp (desactivar previamente la opción “estar en línea”). Evitar presencia activa en el resto de las redes sociales.
i. Cerrar puertas y ventanas. Echar visillos, correr cortinas, bajar persianas.
j. Reducir al mínimo el volumen de la televisión y la radio.
k. No encender luces.
A continuación, móvil en mano, comencé por el primer punto del Plan de Actuación (el que perseguía enterarme que había sido de Julián). ¡Ojala, no tuviese que llegar hasta el final!
Desafortunadamente, el intento de contacto establecido del punto 1) a 4) no dio resultado: nadie respondió. Y yo era poco amigo de dejar mensajes en el contestador. Inicié el punto 5), pero cuando estaba a medio marcar el 091 cavilé que podía estar metiéndome en un charco muy profundo. Me preguntarían quien era, por qué creía que aquel hombre había desaparecido, qué relación tenía con el supuesto desaparecido. Colgué raudo.
Pase a internet, que se correspondía con el punto 6). En Google tecleé varias frases, tales como: “¿Dónde está Julián López?”, “Julián López encontrado”, “Desaparición de Julián López”, “Desaparecidos recientes en Madrid” ó “Julián López” a secas. La búsqueda se tornó infructuosa. Lo único que saqué en claro, vía Linkedin, fue un reducido curriculum donde más que lo escrito destacaba un premio concedido tiempo atrás. Llamó la atención su foto: antigua y en blanco y negro. ¿Habría cambiado mucho el torero con del paso del tiempo?
Entre el miedo (pasado, presente y futuro en mi existencia), el temor (presente), la ansiedad acumulada (presente, como una tonelada) y el hambre (sin probar nada durante toda la jornada) un cierto sopor se apoderó hasta caer en una especie de “siesta del cochino” , justo cuando el reloj estaba presto a dar las siete de la tarde.
El sonido campanudo del teléfono fijo me despertó sobresaltado. Malhumorado y somnoliento pregunté: “¿Quién es?” Escuché un sonoro clic. “Valiente cabrón”, vociferé al maltrecho aparato, mientras noté que acababa de infringir la norma g) de autoprotección: “Seré gilipollas, diseño unas medidas y las incumplo a las primeras de cambio”.
El siguiente paso, el 7) lo inicié con diligencia. Esperando el ascensor escuché las campanadas de las nueve provenientes del reloj de pared de la vecina. A esta hora la Biblioteca del barrio llevaba un rato cerrada. Empecé a barruntar que el Plan de actuación para conocer el paradero de Julián López era un estrepitoso fracaso. Y algunas de las medidas de autoprotección iban por el mismo camino:
· a) era incompatible con el punto 7).
· b) se haría esperar: a estas horas el portero estaría en su casa feliz y maldiciendo a todos los vecinos. Además, caí en la cuenta de que no nos hablábamos.
· c) no tenía sentido: llevaba unos días estropeado. Y el seguro no quería saber nada de cambiarlo, escudándose en que la culpa era de la compañía eléctrica, y viceversa.
· i) sin realizar en su momento. Era noche cerrada, por lo que no sería necesario implementarlo hasta el día siguiente.
· j) la radio era de bolsillo y había perdido la cuenta de cuándo se agotaron las pilas. Tampoco tenía repuesto.
Cené poco y mal. Resultaba complicado digerir lo que fuera a oscuras, pero todo fuera por respetar la medida k). Unos candelabros con velas destacaban en lo alto del mueble del salón pero no tenía con qué encenderlos. “¿Y pedírselo a la vecina de enfrente? Me consta que fuma. Y ya puestos, ¿le comento lo de las pilas?”. No, completamente imposible, la medida e) lo prohibía.
La oscuridad me alumbró una nueva medida de protección: bloquee la entrada de la vivienda con un pesado sofá que arrastré, a duras penas, desde el salón. El ruido fue monumental, pero aquella noche, atrincherado, estaría a salvo. Mañana, la providencia, dictaría destino.
II
Después de varios días escribiendo tenía bastante adelantado un primer borrador (versión “rosa”) de la carrera profesional de “El Único”. La que nos había encargado Julián al grupo de Negros Reunidos.
A pesar de realizar el trabajo de forma concienzuda y ciñéndome a lo que se me había encomendado tenía “la mosca tras la oreja” ya que disponía de dos cintas (una de ellas accidentalmente abandonada por Sergio, el Escriba huido) donde “el Único” respondía a preguntas de Julián López. Y aquí el mosqueo: “¿Por qué dos cintas con las mismas conversaciones sobre la actividad y vida profesional de “El Único”?. Y para mayor ruido del moscón, al escuchar las cintas, algo sonaba raro. Algo no cuadraba.
La anodina tarde fue cayendo, dando paso, como cada día, a una inquietante noche. En un momento, sin respetar las medidas de autoprotección, me acerqué al ventanal, y al contemplar mi difusa silueta en el me sobresalté. Fue apenas un segundo. Al rozar mi cara el frío cristal la fantasmagórica imagen se desvaneció, pero un escalofrío me hizo tiritar del occipital a la última falange del dedo meñique. Sorbí del vaso (de sidra) que portaba en la mano un trago largo de whisky, que recorrió medio cuerpo en un santiamén. Whisky, a palo seco. Sin hielo desde la tarde anterior. Estuve perezoso y no repuse ni ayer y ni hoy. También podía haber acudido a la vecina. No. Era mejor mantenerse aislado.
Cualquier bebida sin esos cubitos de agua es horripilante, intragable, pero como la necesidad manda y mi paladar, vaso tras vaso, se había ido aclimatando a aquel sabor seco, áspero, rugoso. A todo se acostumbra la naturaleza humana. Y, lo importante, el efecto dilatador de los vasos sanguíneos por el efecto del alcohol se traduce en mi persona en una euforia creciente que alimenta una inusitada rapidez de pensamientos, obras y, también debo admitir, alguna vez de omisiones. Las neuronas, al baile con tan preciado líquido, producen un torrente, o cómo se dice ahora un “brainstorming” de ideas. Todo fluye más veloz, más abierto, más diáfano. O eso me parece.
De la última andanada, el cristal había quedado huérfano de graduación. Con generosidad me serví otro escocés dando por liquidada una segunda botella. Debería controlarme un poco. La noche anterior terminé, no diría borracho, pero sí durmiendo tirado en la alfombra del salón.
Me hallaba otra vez en el límite, en el punto óptimo de la ingesta. Había dejado a un lado la biografía. Ahora, tenía delante el rompecabezas de las cintas, qué presentía comenzaba a despejarse después de mucho esfuerzo… y demasiado whisky.
Busqué lápiz y papel. Dividí la hoja por mitad, una para cada cinta. Desde la aparición del ordenador y los procesadores de texto, esta práctica había caído bastante en desuso. Quedaban pocos amanuenses; sin embargo, aquella forma de escribir me funcionaba: conciso, claro, contundente, de la mente al papel sin nada que dejarse.
Estaba inspirado. Sólo necesite escuchar cada cinta un par de veces. Y quince minutos más para anotar las principales conclusiones sobre cada una: “Velocidad de crucero”, me vanaglorie, usando la misma expresión que los banqueros utilizaban cuándo hacían referencia a que en su banco todo iba bien y aún iría mejor.
Sobre el primer casete escribí:
1.- En posesión de Sergio, el Negro huido. Confirmar con el grupo quien se la entregó. Contiene una conversación entre “El Único” y Julián López
2.- Julián identifica el lugar de la entrevista cómo Marbella, señala un día del mes de agosto y la hora. El sitio: alguna piscina de algún complejo turístico (ruido y chapoteo cercano), zona muy concurrida y de paso (probablemente ambos recostados en una hamaca).
3.- Un camarero se acerca enseguida sin ser llamado (uno de los dos es persona conocida e importante). Por el orden en qué se produce la conversación, “El Único” ratifica que quiere lo de siempre, es decir, un vino blanco y Julián un doble de ron con coca. Las consumiciones son servidas en apenas minutos (servicio rápido pese a ser temporada altísima). Aunque el sonido es apenas perceptible, la copa se escancia de una botella y el vaso de cuba libre recibe primero el hielo y luego las bebidas. Veinticinco minutos después, se repite todo el proceso: mismas preguntas, consumiciones y forma de servirse (nuevamente el camarero se dirige a ellos sin ser previamente avisado).
4.- Julián pregunta con orden y de forma cronológica (lleva guión) y “El Único” responde a todo (sin titubear, pero lo que le viene en gana). La entrevista es sobre su andadura profesional. Diálogo irregular con algunos cortes: para de improviso y lanza un piropo (es un decir) hacía alguna mujer que pasa por delante o cerca de ellos (de ahí lo de la hamaca). La cinta dura cincuenta y ocho minutos.
5.- “El Único” es vulgar hablando. Poco vocabulario. Algún dicho popular (por cierto, mal utilizado en su significado con relación a lo que está hablando). Uso frecuente de una muletilla al finalizar sus frases: “Me entiendes, ¿verdad?”. (más de una veintena de veces).
6.- Cinco veces suena el móvil durante la conversación. La última debe ser importante, porque se excusa y da por terminada la charla. Dice adiós y se va (no parece que se estrechen la mano). Rebobino la cinta y tampoco aprecio que lo hiciesen al inicio de la conversación.
Y sobre la mía:
1.- Melgarejo, alias Melchor Parejo (policía, guardaespaldas privado, chulo putas) me entrega una cinta con una conversación entre “El Único” y Julián López (no conozco personalmente a ninguno), para que éste escriba una biografía edulcorada de aquel. Por algún motivo (desconocido para mí, de momento) traslada el encargo a los Negros Reunidos de la biblioteca del Barrio, a la que me acabo de incorporar. Acepto participar (sin mucho convencimiento).
2.- La cinta es de una marca diferente a la que tengo de Sergio (habría que ver cómo son el resto de las cintas que tienen los Negros). La entrevista es sobre su vida profesional (¡Qué raro que dos negros vayan a escribir la misma parte de la vida de “El Único”!). La duración: apenas veinte minutos (muy corta para hablar de más de veinticinco años de la vida de un hombre cómo este).
3.- La cinta no aclara ni donde se realiza el encuentro ni el día. La grabación empieza con Julián (algo trastabillado y en tono poco amistoso) pidiendo su doble ron con coca (“El Único aparece después).
4.- Se saludan. Comienza la entrevista. Julián se muestra lento en las preguntas, improvisa, no se le entiende bien, se trastabilla con palabras y frases (impresión de estar bebido o drogado).
5.- No existe ruido de fondo (únicamente el viento que en ciertos momentos es más audible que el escritor). “El Único” habla al tirón, de seguido, sin parar de sus actividades profesionales (aunque, a veces, no hay pregunta por medio). Lejos de ninguna distracción (no se escuchan piropos). El móvil no suena (¿no lo lleva?). Recorre su vida de forma monótona, cómo quién recita una letanía.
6.- Una mujer les pregunta qué desean beber. Julián se adelanta y pide su doble ron con coca (el segundo); “El Único”, un mosto (servido en dos minutos). Escaso ruido (¿venían ya preparadas las bebidas en la bandeja?). Apenas quince minutos después de la primera petición alguien (no habla) retira el servicio y sirve nuevas consumiciones (el tercero para Julián).
7.- El “Único” habla y habla, sin puntos ni comas. No para (cómo si tuviera el discurso aprendido de memoria). Sin refranes, ni muletillas (juraría una entonación forzada). Discurso muy plano. Julián muestra un estado deplorable: se deja llevar, apenas habla, silabea, se le escapa algún taco.
8.- Despedida cortés (no entiendo lo que mencionó Julián). Incluso (intuyo) se dieron un apretón de manos.
9.- Julián, solo, clama por otro cubata, mientras alguien se acerca (una mujer, ruido de tacones) y apaga el magnetofón, ante las interjecciones de aquel.
Estaba seco. Di un trago tan largo que el vaso quedó sin gota cuál pertinaz sequía. Releí lo escrito sobre ambas cintas varias veces. Tenía claro que Julián era el mismo en ambas, balanceándose entre estar sobrio en la primera cinta o borracho en la segunda), mientras el otro personaje se debatía entre ser “El Único” ó “El Otro”.
Pensando en emborracharme por semejante descubrimiento, la convocatoria citando al grupo de Negros Reunidos me desazonó por completo.
III
La reunión de los Negros Reunidos en la biblioteca fue un auténtico alboroto hasta tal punto que los estudiantes de la sala de al lado nos recriminaron varias veces nuestro griterío hasta que finalmente fuimos expulsados.
Convocados la tarde anterior, no lograba recordar muy bien por qué medio se hizo. La urgencia, la ausencia de puntos a tratar y la encarecida solicitud de asistencia, eran suficientes para intuir que algo grave había sucedido. Sería, me hice cruces, en torno al ¿desaparecido? Julián.
Me vino de perlas la cita. No sabría decir cuánto tiempo llevaba atrincherado en casa, con el solo consuelo del mirador. Además, necesitaba hacer compra: comida, alcohol y hielo, mucho hielo. Resulto una odisea retirar el sillón frente a la puerta de entrada ¡Menuda barricada! Ni un Miura hubiese entrado por allí. Lo malo es que, todo hay que decirlo, en caso de fuego o cataclismo la improvisada trinchera sólo hubiera servido para ayudarme a mal morir.
Percibí ausencias. Entre ellos el Escriba huido, el que me dejó su cinta y tomó las de Villadiego. Por prudencia no mencioné el encuentro que mantuve con él en El Retiro.
-¿Qué hacemos?- preguntó Monique, la coordinadora de guiones-. Me figuro que estáis al tanto que Julián López ha desaparecido -se le quebró la voz-. La denuncia ha sido presentada en Comisaria. Es posible que alguno de nosotros seamos llamados a declarar con relación a esta ausencia.
Una mujer joven, que inicialmente no identifiqué entró a matar:
– En estas circunstancias, ¿debemos continuar con el encargo de Julián López o paramos hasta que aparezca?. Por favor, sólo os pido qué habléis por turno y sin interrupciones.
Se produjo un primer alboroto, lo que aproveche para ordenar mis ideas: sabía lo que había sido del tal Julián.
-Seguir -una voz atronadora disolvió el tumulto inicial- no quisiera echar por la borda mi reciente viaje a Galicia para tratar de averiguar algo sobre la mocedad de “El Único”.
-Gracias Felipe. El siguiente, ¿tu opinión Faustino?
-Cómo en el circo, aunque esto sea una cosa más sería, creo que el espectáculo debe continuar.
-¿Y tú Monique?
-Continuar– arrastrando la “r” más de la cuenta entre suspiros y lágrimas.
La postura de Elisa, centrada en encontrar a Julián, por ser este amigo o querido o sabe Dios qué de su hija, no podía, momentáneamente, ocuparse de su labor y se manifestó a favor de parar.
El miedo se dejaba notar por estos lares. La Srta. Adventia manifestó, con voz apenas audible, su negativa a seguir escribiendo. Argumentó que existía una relación directa entre lo que hacíamos, una actividad ilícita, y la desaparición de Julián, un hecho muy preocupante, por no utilizar otra calificativo más fuerte. Tras este comentario se generó una fuerte trifulca, cortada en seco por algunos estudiantes que preparaban sus exámenes en la sala de al lado.
Otra Escriba, con voz gruesa, dijo no sentirse a gusto y menos con ganas de escribir “tonterías”. Solicitó parar hasta que se aclarase la situación.
Cuando llegó mi turno, había igualdad entre pañuelos blancos y pitos, y me di cuenta qué mi postura era decisiva, bien para salir por la puerta grande, bien por los corrales. La abstención, posible, era de cobarde, de “poco arrimao”. Pese a la cagalera crónica que arrastraba incliné la balanza a favor de seguir, pero sin entusiasmo.
Un aplauso espontaneo emergió del, digamos, tendido de sol, hecho que lamentaron los estudiantes de al lado que nos amonestaron nuevamente.
A petición de Felipe, salió a la palestra lo que estábamos escribiendo sobre la biografía de “El Único”. Él, que era el que más se arrimaba al morlaco, había escrito ya los dos capítulos sobre la etapa en un seminario gallego: la primera, la verdadera, que al parecer, y según nos relató, era horrenda, y la segunda, “la rosa”, la falsa, la que nos había pedido el “missing” Julián, en base a las cintas facilitadas.
A raíz de este comentario se azuzó el ruido, el griterío y hasta algún comentario obsceno. Algunos Negros, según aprecié, eran partidarios de escribir la verdad: los chanchullos, trapos sucios y fraudes que jalonaban la vida del biografiado. Medité si aquello tenía sentido: ”¿Quién iba a publicar aquello? ¿El editor, de apellido Burgos o es que era de esa ciudad? ¿Y qué pensaría “El Único” qué era el “paganini” final del libro? ¿No nos borraría de la tierra con un estornudo? ¿Y la voluptuosidad de Melchor Parejo, o cómo se llamase, no nos conduciría al matadero?”.
Otros Negros Escribas, al son de timbales y trompetas, abogaban por hacer lo que se nos había encomendado, que para eso éramos negros y no librepensadores. Es decir, escribir una biografía edulcorada de “El Único” para que le ayudase a tomar la alternativa probablemente en la arena política.
En medio de tanta algarabía, de la que no era fácil mantenerse al margen, puse sobre el tapete “si era lícito escribir mentiras, o si sabiendo que era una biografía y que nosotros no íbamos aparecer por ningún lado, eso nos exoneraría de cualquier posible delito”. Y un tema menor, o mayor según cómo se quisiera mirar: “¿Quién nos iba a pagar? Y, ¿ cuándo, cuánto y cómo?
Estos dos comentarios, desgraciadamente, elevaron los decibelios a un nivel superior a los sufridos en muchas tardes de infortunio por el maestro Rafael de Paula. A más, en pleno trance de varas y puyazos apareció un estudiante de ruda y terca, cuál mula sin enjaezar, que levantando dos dedos de su mano diestra nos sorprendió a todos:
-Si el ruido continúa, vendré personalmente a desalojarles y… ¡les aviso! … no saldrán por la puerta grande.
Marcho el equino. Quedamos en silencio. Ese que se muestra en las tardes soleadas de las Plazas de toros en el momento de la suerte suprema. Pasado un breve rato, de improviso, Monique comenzó a vociferar cómo si se viese ungida por una estocada mortal:
-¡Mon Dieu! ¡Oh Mon Dieu! ¡Vienen a por nosotros! ¡Qué Dios nos coja confesados!
-Amén, sentenció Felipe.
-Tonterías -terció Adventia- dejen a Dios en su sitio.
-Tengamos paciencia –apaciguó Faustino-. Entonces, ¿qué hacemos con la biografía?
-Continuar.
-Echarla a la basura.
-Tururú- se burló uno de los Negros.
Definitivamente el día se metía en lluvia. La autoridad podía suspender la lidia en cualquier momento. El desvarío de los Negros iba “in crescendo” y lo peor no sólo era el tono, sino las voces con que se acometían unos a otros. Recogí mis bártulos y justo cuando hice ademán de levantarme apareció un guardia de seguridad que, sin mirar al tendido, tronó:
-Fuera todos. Y no digan ni “mu” hasta no haber traspasado la puerta de la Biblioteca. Acojonados, obedecimos.
-Hagan las dos biografías: la buena y la mala. Entregaremos la primera, la oficial y guarden bajo llave la otra. Fue lo último que escuché, no me atrevería a decir de boca de que compañero.
Las luces del cuarto se apagaron y salimos de estampida. El abucheo de los jóvenes al vernos pasar fue estruendoso. Me recordó a una faena aciaga de Curro Romero en Las Ventas.
IV
De aquella asamblearia y tumultuosa reunión en la Biblioteca, no saqué nada en claro salvo que todos los Negros, si no atenemos al principio de la mayoría, deberíamos trabajar en una doble biografía: “la rosa” a entregar (¿a quién?), de la que disponía de un borrador bastante potente y “la negra”, que habría que empezar de cero, para posteriormente guardar bajo siete llaves (¿con qué motivo?).
Los días fueron pasando con la misma sensación de cómo lo hace la vida; a veces lentos, a veces volando. Los menos, en su justa medida horaria. Lo único que permanecía igual de negro era que Julián López, nuestro empleador en negro (nunca mejor dicho) se hallaba desaparecido o, cómo le gustaba decir a alguno, en paradero desconocido. Y era consciente de ello, no porque fuera informado a diario de que no existían noticias de su aparición, sino porque nadie, absolutamente nadie, se había comunicado conmigo para decirme lo contrario.
Este hecho, aparte del auto aislamiento me producía unos cambios de humor y ánimo bastante considerables. Con frecuencia mi moral se asemejaba a la de un atleta que corría sin tener conocimiento exacto de donde estaba la meta o a la de un opositor enmarañado en una babel de temario ante la proximidad de la fecha de la prueba.
Así llegó un día que al levantarme mostré tal apatía por el encargo recibido y por “el extra” que nos habíamos concedido de propina, que estuve mano sobre mano sin hacer nada. Cómo la inspiración también flojeaba, aquel día sabático terminó por extenderse al resto de la semana, eso sí amenizado por mis orgias alcohólicas cubatas que habían ampliado horario de forma generosa. Resultaba muy grato la conjunción del whisky morenito, un refresco de cola, una rajita de limón “ad hoc” y mucho, mucho hielo. ¿Por qué no me habría dedicado a la profesión de barman?.
La vida es un continuo tobogán: divertido, encantador, misterioso, alocado, excitante. Nunca queremos bajarnos, pese a los malos ratos frente a una curva cerrada o una pendiente empinada. Lo malo es cuando, por cualquier motivo y sin previo aviso, el tobogán se sale de su carril y terminamos sumergidos en un lodazal de barro y mierda. Y eso es precisamente lo que iba a ocurrir.
V
Sorbiendo un café muy caliente, delante del televisor sin volumen, una mañana cualquiera, me enteré que había sido encontrado un cuerpo que todos los indicios conducían a que podía ser el del escritor Julián López. Horas después se confirmó efectivamente su identidad y lo más grave: parecía tratarse de una muerte violenta.
No miento si digo que estuve a punto de cagarme en los pantalones del pijama. ¡Qué malo es el miedo! No quise saber los detalles. Aquella noche, empapado en alcohol, una idea se posó en mi asustadiza cabeza.
Tenía muy adelantadas las dos biografías. A la espera de nuevos acontecimientos, que sin duda no serían agradables para ninguno de nosotros, di alas a aquella idea que aunque desde fuera pudiese parecer un tanto estrambótica, podría ser una forma de calmar aquel temor instalado en cada parte de mi cuerpo y, además, quien sabe, a lo mejor podría ayudar a la investigación oficial para esclarecer tan macabro suceso.
Mi pensamiento no era otro que convertirme en detective. Me apetecía investigar, sospechar, suponer y deducir aquel infortunio. Para ello tomaría como base la documentación fiel y veraz, “la negra”, que había escrito sobre la vida profesional de “El Único”. Buscaría, indagaría si alguna persona de aquel tramo de su existencia podía haber cometido el asesinato de Julián y porque motivo. Posteriormente, me enfrentaría al reto de las dos cintas.
Guardé la biografía “rosa”, la inventada, que para mi propósito detectivesco en absoluto servía.
Comencé por la lectura “negra-real “ biográfica, despacio y mostrando atención:
“Bloque: Vida profesional
Capítulo 1: Los primeros ingresos
Siempre fui bueno con los números. También tenía don de gentes. Convencía. Desde jovencito me interesé por el dinero. En el Seminario, aparte de las lecturas típicas de nuestra edad, siempre mostré interés en aquellas en las que aparecían juegos, adivinanzas, acertijos, pasatiempos matemáticos, etc. No era mi intención con estas aficiones distraer a alguna bella señorita, misión harto complicada por encontrarnos aislados del mundo, aunque no tanto del pecado y la carne. El objetivo era esquilmar la faltriquera de algún incauto compañero retándole a adivinar tal o cual cosa, o a hacer cálculos rápidos. Me acuerdo que había varias “habilidades” que aprendí y desarrolle, con las cuáles saque muchas perras.
La que primero puse en práctica, consistía en que sobre tres dados “la víctima” elegiría una cara de cada uno de ellos. Yo, debería de averiguar esas caras de forma ordenada. El humo consistía en qué el pardillo debía realizar con el número seleccionado del primer dado una serie de operaciones básicas, a mi dictado; a continuación sumaría la cifra escogida del segundo dado y añadiría nuevas operaciones que le iba diciendo. Y lo mismo con el número del tercer dado. Finalmente, le requería la cifra total obtenida de las operaciones anteriores. De forma instantánea me atrevía a cantar, por orden, el número de la cara de cada uno de los dados. Siempre acertaba.
¡Jo, qué torrente de perras”. Para embaucar a más pardillos, de vez en cuándo perdía adrede, pero siempre calculando que fuesen cantidades poco importantes. Las apuestas, un céntimo inicialmente, fueron subiendo hasta los diez céntimos, que para aquel entonces suponía para nosotros una importante cantidad de dinero. Recuerdo que una vez, un compañero, que había perdido un par de veces seguidas, y le había dejado ganar la tercera, quiso jugar un cuarta vez y apostó una peseta qué perdió, y luego un duro, que también mudó a mis manos. Pobre chaval, estuvo dos meses a palo seco.
El segundo ”juego”, por orden de aparición que yo recuerde , fue el de multiplicar un número de tres cifras por 99. Siempre terminaba el primero. Este me proporcionó ingresos de los alumnos que destacaban en Cálculo, por lo que era muy apreciado por la chusma en general.
Pero había que innovar (vaya palabreja), y el siguiente “truco” fue un alarde de imaginación y fantasía. Consistía en adivinar la suma de cinco cifras ¡Imposible, comentaban a coro todos! Y digo todos, porque este juego pase a practicarlo también en cursos superiores e incluso hasta algún cura, avariento él, picó el anzuelo y perdió algo de dinero, aunque ya sabían ellos cómo resarcirse
El juego era el siguiente: se hacían previamente las apuestas, que podían ser múltiples ya que en el podían intervenir varias personas. Uno de los pardillos recitaba un cifra que yo escribía en la pizarra. En ese momento, escribía en un papel el resultado de la suma de las cinco cifras que iban a escribirse en la pizarra, lo depositaba en un sobre, lo cerraba y se lo entregaba a una mano inocente (que era otro jugador). Me entienden, ¿verdad?. Un segundo incauto señalaba otra cifra que escribía a continuación de la primera. Al tiempo, distraídamente, yo ponía la tercera cifra. Otro alumno indicaba la cuarta y yo, finalmente, escribía la última cifra. A continuación invitaba a otro de los estafados a realizar la suma. Para mayor “complejidad” se había acordado previamente que cada una de las cifras contuvieran cinco números. Efectuada la suma y enmarcada en un círculo con tiza roja, se procedía a abrir el sobre. Ambos números, el de la pizarra y el del sobre coincidían. Siempre acertaba, siempre ganaba. La hucha iba creciendo.
Todo iba como la seda, grano a grano iba haciendo granero. Incluso con los más pequeños baje a que las cifras fuesen de cuatro o incluso de tres números. Aunque inicialmente procuraba realizar el juego una o dos veces al día, el afán de mis adversarios por ganar y mi ansia infinita de recaudación llevaron a un extremo de saturación del juego. Para mayor desgracia, algún chivato puso en conocimiento del director el tejemaneje aduciendo que dicha “adivinación” era cosa de brujería. Se abrió un expediente, rellenado con sapos y culebras, pero que no mencionó la ludopatía que disimulaban algunos frailes, aparte de las vejaciones que sufrí mientras duro aquel aquelarre. Salieron a la luz todas las actividades por un servidor desarrolladas, y cómo a todas se les atribuyo el marchamo de brujería fui invitado a abandonar aquel lugar, que lo hice sin pesar ninguno y con gran satisfacción de cuerpo (¡anda y qué se jodan!) y espíritu, precisamente lo contrario de cómo se quedaron aquellos cuervos (y sus crías) que me expulsaron.
(…)
Capítulo 4: Mi primer millón de pesetas
Vivíamos en una sociedad de consumo que generaba basura a espuertas. Sin ningún tratamiento se depositada en vertederos autorizados que se convertían en gigantescas montañas de mierda en sentido literal hasta que la zona acotada estuviese a rebosar, y entonces los técnicos municipales procedían al diseño de parques.
Atisbé la oportunidad de negocio. El sistema era sencillo: obtenida una licencia municipal podría descargar la basura siempre y cuando estuviese reciclada, que por aquel entonces consistía en diferenciar el material orgánico del resto.
El precio por kilogramo tratado era de apenas varias pesetas y aunque se manejaban muchas toneladas el margen proporcionado era exiguo.. Estudie (es una forma de hablar) la manera de hacer crecer los ingresos y reducir los gastos al mínimo.
Observando como entraban los camiones a la escombrera (futuro parque) se me ocurrió un plan que tenía cómo bisagra sobornar al encargado del vertedero, que era la persona que pesaba los camiones de la basura y apuntaba en su albarán kilos y empresa transportista. La licencia para descargar, previo unte, se consiguió rápido y sin dificultad.
No hubo ningún problema. Se avino al chanchullo. Además, convinimos en que la pesada sería legal, entonces ¿donde estaba el engaño? Muy fácil, al salir de la báscula mis camiones, en vez de dirigirse a la zona indicada y soltar la basura, cómo hacían religiosamente el resto de las empresas, buscaba la puerta de salida sin descargar un solo gramo. Quince minutos después volvía a aparecer el mismo camión, con distinto chófer y algunos kilos de más o de menos respecto al anterior contenido, y volvía a repetirse la misma operación. Me entienden, ¿verdad?
El gasto era el mínimo: alquiler del camión, carburante, dos o tres conductores (gente de confianza que no precisaba contrato de trabajo, aparte de no conocerse entre ellos); la basura era siempre la misma (eso sí gasté unas pesetillas en qué el contenido estuviese reciclado). Y los ingresos empezaban a aumentar mientras el camión daba vueltas: de la entrada a la salida, de la salida a la entrada y así desde el amanecer hasta la puesta de sol.
Esto sí que era productivo. Conseguí una nueva licencia a nombre de otra empresa y repetí el mismo plan punto por punto. Estuvimos volcando residuos (sin volcar) en una zona entre Moratalaz y el cementerio de La Almudena y otro en paralelo a la carretera de Andalucía y el Manzanares.
Nunca pensé que ser basurero sin basura fuese tan provechoso. El chollo se acabó cuándo el municipio empezó a construir una incineradora y les endosará el reciclado a los vecinos. Para entonces ya era millonario. De uno, pero millonario.
Capítulo 5: Los cincuenta millones de pesetas
Allá por donde iba siempre aparecían grúas de construcción: en pareja, tríos, una docena o muchas más, siempre respetando su espacio vital. En resumen, incontables.
Viviendas, chalets, casas, mansiones, bungalós, palacios, segundas residencias. Se olía el billete verde. Nada más ver la cantidad de empresas inmobiliarias, constructoras, UTE´s, subcontratas, empresas auxiliares de suministro, comisionistas, etc. que acudían al panal de rica miel. Yo, también.
El negocio no era nuevo, pero si innovador (valiente vocablo), como hacen los japoneses pero nuestra aportación sería en la vertiente fraudulenta: el mismo Bussines de las basuras (relatado en el capítulo anterior) adaptado al de la construcción.
El primer objetivo fue encontrar torretas de construcción juntas, cuántas más mejor. He de comentar, modestia aparte, que llegué a localizar en todo el territorio nacional más de un centenar. Ahora había que priorizar, me entiende, ¿verdad?. Se analizó quién estaba detrás, cómo se organizaba cada promoción. La fase de construcción en que se hallaba y, lo más importante, cuáles podían ser sus necesidades de suministro de material de obra y donde estaría el punto flaco para acometer el negocio. La más apta para nuestros propósitos fue una pequeña inmobiliaria que disponía de mucho suelo cerca de la costa cantábrica para construir una mega urbanización, subcontratando la construcción.
Conchabados con el jefe de compras (la palabra soborno me resulta despreciable), acudimos con una empresa fantasma registrada para la ocasión a la licitación de materiales muy concretos: tuberías, tubos Berman para cableado y tejas de pizarra. También cemento, ladrillos y yeso. Las ofertas fueron claramente a la baja para los tres primeros y se nos adjudicó, de forma objetiva, todo el pedido.
El papel del jefe de compras sólo consistía en dar conformidad a la cantidad de material suministrado.. Por ello percibiría una comisión.
El resto, es fácil de imaginar. En una fábrica del gremio se compraron los seis materiales de construcción (a pagar a noventa días) para llenar unos tres o cuatro camiones ,alquilados previamente.. También empleamos conductores, mudos y con la manga ancha.
Los camiones, en distintos horarios, se presentaban en la puerta del recinto de la futura urbanización, enseñaban la nota de pedido extendida por el jefe de compras, nos firmaban el albarán y entrabamos solos a dejar el material donde nos indicaban. Nunca se descargaba y se salía por el lado opuesto. Varias veces al día cada camión hacía el mismo recorrido, procurando que el conductor no fuese siempre el mismo.
Los precios de los materiales de nuestra oferta suministrados eran muy bajos. A cambio, en el pliego de condiciones habíamos colado que el pago sería a los cuarenta y cinco días de firmado el albarán (algo insólito, pues el período medio de cobro se había disparado).
Cuándo quisieron darse cuenta de la diferencia entre el material relacionado en los albaranes y el suministrado realmente ya habíamos cobrado todas las facturas. Después de una auditoría, el jefe de compras fue despedido. Se fue a casa con las alforjas bien repletas. Yo, con un maletón donde guarde los cincuenta millones de pesetas obtenidos.
Había saltado algún capítulo por considerar que nada aportaría a la investigación iniciada. Proseguí leyendo. ¡Qué horror! Todo se podría resumir en los versos siguientes que había dedicado a “El Único” una noche de apasionada y ferviente borrachera:
Rey de la ingeniería financiera,
de agujeros económicos tamaño,
desviaciones contables cada año,
de robos y mentiras a cualquiera.
Trampas empresariales a su vera,
manejos bursátiles, ¡qué apaño!
normas violadas, ¡gran engaño!
cruz al accionista hasta que muera.
Dueño fantasma de sociedades,
en paraísos fiscales a montones
¡eso si!, vacías y yertas entidades.
Opas hostiles ¡por cojones!,
tretas mil, aunque no agrades
Clientes y gente… ¡sin pensiones!
“Único” soneto para tal bellaquería,
más añadir fraude, malversación,
quiebras, pillaje, usura y corrupción,
y así damos puerta y fin a biografía.
Según iba leyendo lo que había escrito días atrás, sobre la tumultuosa vida de “El Único” un sentimiento de indefensión se fue apoderando de mí al no encontrar ningún indicio de peso sobre quien había segado la vida de Julián López. Al terminar todo el relato estaba tremendamente defraudado: nada consistente sobre lo que buscaba.
Sólo me quedaba analizar el contenido de las cintas por centésima vez pero ahora bajo la perspectiva de buscar un asesino.
VI
Ya comenté el examen exhaustivo realizado sobre las dos cintas, y que había proporcionado un resultado escalofriante: el personaje de “El Único” había sido suplantado en una de las cintas, pero ¿en cuál? Si tuviese a mano cualquier otra cinta de alguno de mis compañeros Escribas, este enigma quedaría resuelto de forma inmediata, pero eso no era posible al ser muy complicado localizar a cualquiera de ellos.
Analizada la forma, necesitaba profundizar en el fondo de las dos cintas. Comprobar si lo enunciado por “El Único” y “el Otro único” existía alguna controversia o contrasentido. Me puse a escuchar ambas cintas de nuevo. ¿Cuántas veces irían ya? Un día iban a cascar de tanto “play”, “reward”, “forward”y “stop”. Debía, sin dilación, hacer una copia, pero el miedo y la prudencia me aconsejaban salir de casa lo menos posible y cuando no había más remedio, priorizaba mucho las compras de primera necesidad y el tema de los casetes no lo eran.
Antes de iniciar este último tramo de investigación preparé un vaso grande y hermoso de whisky acompañado por un exuberante iceberg de hielo. Mi faceta de detective debía estar bien pertrechada.
No sabría calcular cuánto tiempo estuve con aquella actividad de escuchar, apuntar, comparar, formular hipótesis, deducir,… volver a empezar, con relación a los comentarios efectuados por el Presidente de dineraria Bank en “sus dos cintas”.
Algo, muy débil, vislumbré cuando el banquero, entre líneas, veladamente, muy al final de la cinta, se refirió dando un rodeo a sus expectativas en los próximos años. En la cinta del Escriba huido, la de Sergio, decía textualmente: “mantenerme como Presidente de honor e iniciar nuevas actividades en pos de conseguir una sociedad más justa e igualitaria”. Al escuchar la segunda cinta, la que me fue entregada, así se expresa: “continuar como hasta ahora y aglutinar esfuerzos en una Fundación o parecido, cuya misión sería fomentar la educación financiera a todos los niveles”.
¿Habría encontrado el cabo suelto? Sonreí. Tenía claro donde aplicar el microscopio y para armarme de una nueva dosis de paciencia y deducción con objeto de encontrar y tirar del hilo, también precisé de otra dosis de carburante para mis neuronas; cogí el vaso y aproveche para servirme con generosidad un nuevo quintal de whisky.
Pensé en voz alta:
-Así que…, según la cinta de Sergio, “El Único” ó “El Otro” estaría dispuesto a dar un giro de ciento ochenta grados a su vida profesional… abandonaría el mundo de las finanzas... Supongo, lógicamente, que empezaría delegando la gestión y la dirección de Dineraria Bank… quedando meramente… como Presidente de honor. También, digo yo, cómo accionista mayoritario… así, siempre uno puede volver. Y lo de la sociedad… patatín y patatán… resulta una cosa muy finamente dicha para en definitiva… dedicarse a la política.
Y en la segunda cinta… , la mía, que nanay, él seguiría como Presidente de su banco… y punto. Lo único, que quería crear una Fundación … o algo parecido. ¿Una Fundación? ¿Qué coños era eso?
Para no dejar nada suelto, Internet me proporcionó páginas y páginas sobre la materia Fundaciones. Que eran, cómo constituirlas, quién podía, a cuánto ascendían las aportaciones iniciales, actividades que desarrollaban, qué organismo las autorizaba, quién las controlaba, qué documentación debían elaborar anualmente. También di cuenta de la legislación que las regía y de qué tipo podían ser. Localicé, a través de la Asociación que las aglutinaba, cuántas fundaciones había, sus nombres, principales datos de contacto y varias cosas más. Exhausto y medio trompa me dormí encima de la mesa, junto al portátil.
Un intenso dolor de cuello me despertó, al que según me desperezaba se unió el de cabeza. ¡Y luego dicen que las melopeas de whisky son las mejores! Hay quien dice que lo mejor para pasar esta jaqueca vespertina es seguir consumiendo la misma bebida que la produjo la noche anterior. Probé. En un vaso grande mezclé por mitad whisky y zumo de naranja fresquito y me lo pimplé de un trago. ¡Joder, que rico estaba!. Repetí alguna vez más aquel nuevo coctel y al mediodía, acabado el zumo que no el whisky, había agarrado otro pedal de padre y muy señor mío. Tambaleándome caí sobre el sofá y me quedé sobao.
Sería avanzada la tarde cuando el timbre de la puerta alteró mi etílico sueño. Al girarme acabe en el suelo y permanecí allí, caído, boca arriba, contemplando el techo. Volvió a sonar la campanita. Imposible atender a nadie en estas condiciones. Al cabo de un rato caí en la necesidad de darle una mano de pintura. Tarde en rebobinar mis pensamientos: estaba con las cintas, tenía un cabo (sobre el golfo aquel) y estaba tirando del hilo, aunque ahora precisamente estuviese tirado en el suelo.
Cuando hube contado todas las musarañas del techo, los rombos de la alfombra y varias veces las patas de mesas y sillas del salón me levante despacio, titubeante, y con algo de esfuerzo logré entrar, sin más percances, en el baño. Reparadora ducha. Por cierto, me pregunte:”¿Quién habría llamado?”
Se hacía de noche cuándo retomé la tarea. Previamente, engullí un par de sándwiches calientes que me sentaron a gloria y sirvieron, cómo dicen los yanquis, para ponerme de nuevo en órbita.
Recapitulé. En mis notas destacaban las dos frases de la discordia, cada una de ellas con una palabra subrayada: “actividades para una sociedad mas justa, es decir, política” y “fundación”. Volví a la carga. ¿Qué significaba cada una de ellas para “El Único”? Pero “El Único”, no era único. Vaya juego de palabras. Estaba claro que esas frases las habían pronunciado dos personas diferentes. “El Único” y “El otro”, una persona que por algún motivo le había suplantado. Pero, ¿por qué? ¿Y qué persona había pronunciado cada frase?
Y Julián López, ¿pintaba algo en este embrollo? ¿Quién lo mató? ¿Por qué?
Apuré el vaso. Me distraje mirando la calle desde el mirador. La noche se dibujaba gélida. Lo noté al posar la mejilla sobre el frio cristal. Qué sensación más agradable. Por un instante me acorde de las medidas de autoprotección. Pasé olímpicamente de ellas. ¿Quién se iba a fijar en un pobre hombre mirando desde su atalaya las calles desiertas?
¡Venga un intento más! Con un nuevo vidrio lleno hasta arriba volví por enésima vez a las frases. Observé otra diferencia y subraye nuevas palabras. Ahora el tándem por cada frase y cinta era: “Presidente de honor – política” versus “continuar cómo hasta ahora - fundación”.
Analicemos lo nuevo. Ser “Presidente de honor”… quiere decir… eso… que abandonas la Presidencia de algo… en este caso el banco… te dan… un cargo honorifico… que no sirve para nada… porque ya no decides, no gestionas, no nada… salvo por la parte que puedas influir como accionista.
Y “continuar cómo hasta ahora”… que sigues como Presidente… y sigues mandando un huevo… y haciendo… lo que te da la gana.
Esto ya toma otro cariz. Con suerte, esta noche se acaba esto. ¡Por mis hielos! Rellené el vaso al contemplarlo medio vacío. ¡Venga alegría! Y mañana habrá que reponer de todo, pero esta vez será para celebrarlo.
Después de un animoso trago una especie de fogonazo me hizo rememorar mi época de estudiante universitario. Recordé que algunos historiadores, sobre todo italianos, daban un nuevo enfoque a la Historia de la Humanidad contemplándola desde un punto de vista economicista. Es decir, argumentaban que todos los grandes hechos y acontecimientos sociales y políticos tenían un trasfondo económico. Todo el devenir del hombre desde su aparición en la tierra se podía explicar a través de asuntos relacionados con la economía.
-Ya está. Voy a hacer en este asunto lo mismo. Observarlo desde un prisma económico.
En “Presidente de honor – política” está claro. Ser presidente de un banco y dedicarse a la política es incompatible. Pero quien ha dicho eso, ya sea “el Único” o el que lo suplanta, busca un subterfugio. Primero se quita de presidente y luego ya se verá. La entrada en política implica gastar elevadas cantidades de dinero. ¿De donde saldrá? Del banco lógicamente. Saldrá del banco, vía préstamos. Luego cuando se llegue al poder ya se devolverán. ¿Cómo? Siempre se puede otorgar al banco subvenciones, dádivas, concesiones administrativas ventajosas, leyes “ad-hoc” para beneficio de la entidad. Amén, de meter la mano en la caja del Estado discretamente. El problema es ¿y si no se llega? ¿Cómo se revierte el dinero dilapidado? ¿quién paga los préstamos dispuestos?
En “continuar cómo hasta ahora - fundación” también está claro. “El Único” o el que lo suplanta sigue con sus teje-manejes. La Fundación, que la constituirá solamente él, es una tapadera para detraer dinero del Banco, en detrimento de clientes y accionistas. Además, estas entidades pagan menos impuestos ya que las aportaciones a ellas realizadas deducen.
Se va haciendo la luz, pese a que la única observable es la del portátil. Todo parece querer empezar a mostrarse. Y a Julián López, ¿quién le mato? Si, también tengo respuesta para eso. Leche, ¿pero todavía no lo han visto, no lo han adivinado?
La entrada en política (cinta de Sergio) supondría inicialmente grandes desembolsos de dinero para la compra de votos, voluntades, periodistas, medios de comunicación y un largo etcétera. Y el retorno de ese gasto es incierto, puede que la cosa salga bien o no. Doble o nada. Y ante esa ruleta rusa, ¿quién no estaría nada contento con aquel giro de nuestro personaje sin un destino asegurado?
De cajón. Por lógica, su círculo más cercano. ¿Quién? ¡La familia! Libidos y horrorizados se debieron quedar (el miedo es libre) cuándo presintieron que el patrimonio familiar se podía malgastar rápidamente por las veleidades del patriarca.
El clan familiar conocía, por indiscreción del banquero, de su idea de dedicarse a la política. Pero lo que hace saltar las alarmas y les enfurece es que esa declaración sea grabada poco después en una entrevista que debía constituir el germen de un libro que alabase sus virtudes. Entonces:
¡La familia! Urdió un plan que consistía en grabar una segunda cinta sobre su vida profesional donde no se comentaría nada de política. Suplantaron a “El Único” por un actor. Probablemente, citaron a Julián de urgencia y nublaron parte de sus sentidos mediante una ingesta abundante de alcohol. Aprovecharon de paso para quedarse con la cinta.
¡La familia! Aprovechó la ausencia del periodista para acceder a su casa (probablemente fuesen unos sicarios a sueldo) con el objetivo de intercambiar las cintas, pero ¡oh sorpresa! no encontraron ninguna cinta. Sólo una hoja con la dirección de una biblioteca, el nombre de Negros Reunidos y una relación de personas, cada una de ellas asociada a una cinta de las grabadas por Julián.
Ahora viene lo bueno. El ultimo de la relación, Severiano, es decir mi menda, no tenía ninguna cinta asignada por haber sido el último en incorporarme. ¿Qué hicieron? Fácil, en la relación de Negros Reunidos, me relacionaron con la cinta suplantada. Ya verían más adelante cómo hacérmela llegar. Y aquí, deduzco yo, poco después apareció Melgarejo, qué inconscientemente, les facilitó el trabajo al entregarme la cinta.
¡La familia! Intentó amedrantar a Sergio, meterle miedo, con objeto de hacerse con su cinta y destruirla. Sus sicarios debían ser muy malos. No lo consiguieron.
¡La familia! Adoptó una decisión de calado. Decidieron secuestrar a Julián López, para revertir una situación que se les iba de las manos. Así pensaban recuperar todas las cintas entregadas a los Negros Reunidos; dar por acabado el encargo; destrucción de las cintas y renunciar al encargo del editor de escribir la biografía.
Pero “la cosa” no debió de salir bien. porque los sicarios se pasaron de la ralla, y aparte de atemorizar a Julián se pasaron en las caricias y terminaron cargándoselo (muerte violenta habían difundido las noticias).
¡La familia! Maniobro con éxito respecto al editor para que olvidase cualquier proyecto editorial sobre el banquero. El argumento de un fiambre, el de Julián, encima de la mesa fue más que suficiente.
¡La familia! Amedrentó, desde que supo lo de la dispersión de las cintas, con seguimientos aleatorios a los Escribas. Más adelante, sin Julián, y por ende sin editor ¿a quién se dirigirían? , ¿dónde irían con unas cintas que no eran suyas y qué se las había entregado una persona que había sido asesinada posteriormente?
¡La familia! Intuyo, buscaría la forma de amansar a ”El Único”, lo cuál no sería difícil con un muerto que previamente había sido contratado cómo su biógrafo. Todos tranquilos. El “Único” seguiría con sus finanzas y ellos, la familia, seguiría malgastando aquella fuente de hacer dinero que era Dineraria Bank.
¡La familia! Mató a Julián López. Indirectamente. Un accidente.
Sólo me quedaba cerrar el círculo y confirmar mis sospechas. Busque en Internet alguna noticia en la que apareciese hablando el banquero y la cotejé con las cintas. Efectivamente, la cinta que se me asignó era la de “El Otro”, la falsa.